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Eliminatorias II

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Por. Elkin Raúl Coronell Cadena

El vuelo estaba programado para las 4:00 p.m., éramos el equipo de avanzada que viajaba a Barranquilla a cubrir las eliminatorias al Mundial USA 94, por eso desde la noche anterior dejamos todo empacado y organizado con el camarógrafo Mario Castillo. Casetes, Monitores, cables de todo tipo, herramientas, luces, micrófonos, baterías, cargadores, casetera y la cámara reluciente.

Habíamos acordado salir de las instalaciones del noticiero a las 2:00 p.m. pues llevábamos mucho equipaje, estamos acostumbrados a estar montados en un avión, pero este era un viaje distinto. Nos esperaban unos 30 días, casi ininterrumpidos en La Arenosa.

La despedida con Silvia Cristina, el amor de juventud, se demoró… No piensen mal, fue un almuerzo. El trancón de la avenida 68 en Bogotá a la altura de La Floresta tampoco ayudó; el interminable nudo de carros, los atravesados y los pitos empezaban a crear cierta angustia, llegué 15 minutos tarde de la hora prevista a las instalaciones del noticiero. El Master Castillo siempre estricto con el cumplimiento ya se había ido para el aeropuerto con todo.

En la puerta del noticiero me esperaban José Luis Rodríguez, entonces asistente, Germán Palma, camarógrafo que luego se nos uniría en Barranquilla y Víctor “El Grueso” García, jefe de archivo a quien llamábamos así por su delicada voz.

No me dejaron bajar del taxi, por un lado me habló Palma y me dijo que siguiera para el aeropuerto, mientras por la otra José y Víctor metían una caja de casetes mientras me decían:

– Se les quedaron estos casetes

La angustia se la trasmití al taxista a quien le dije – Vamos para El Dorado pero volando-. La aventura apenas comenzaba.

Serpenteando y sobrepasando los límites de velocidad por la Avenida 26 llegamos al aeropuerto, saqué un par de billetes para pagar las carreras y al tomar la caja la sentí mucho más pesada al tiempo que algo se movió adentro… – La broma del ladrillo pensé -. Sabiendo lo que me habían hecho le pedí al favor al taxista que se llevara la caja y la botara en cualquier parte.

– ¿Qué le pasa? Usted me quiere dejar una bomba en el carro.

Entendí su paranoia, estábamos en 1993, los bombazos con los que Pablo Emilio Escobar Gaviria aterrorizaba a Colombia eran casi a diario. Sin embargo, en diciembre de ese año nacía la más bella esperanza.

Me bajé del taxi, el aeropuerto militarizado, no había chance de dejar tirada la caja; imaginaba a todos en el noticiero desternillados de la risa lanzando mil comentarios, había caído en la más vieja de las bromas, muchas veces la hice, ahora era el momento de sufrirla.

La fila para entrar y pasar el equipaje de mano por los rayos X parecía de Koalas. Al fin me tocó mi turno, puse la caja sobre la banda y empezó a avanzar mientras yo veía la cara de los encargados de seguridad. Pararon todo y uno de los policías me dijo:

– ¿Qué es eso señor?

Pase al otro lado para ver el monitor y les contesté.

–  Un ladrillo.

– Ya sabemos que es un ladrillo, pero ¿por qué viaja con eso?

– Mire señor agente, trabajo con NTC Noticias, – le dije mientras le mostraba mi carné y el chaleco contramarcado, – ese ladrillo lo llevo porque el camarógrafo es muy bajito y se sube en él cuando lo necesita en las ruedas de prensa.

Creo que nadie creyó semejante ocurrencia, me hicieron abrir la caja mientras el perro antiexplosivo olfateaba todo. Ahí estaba el ladrillo. No se me borraba de la mente la risa burlona de José Luis cuando me dejaba la caja en el taxi.

– Bueno es solo un ladrillo, dijo el policía. Cierre eso y siga

Saqué de uno de los 16 bolsillos del chaleco una cinta Gafer y cerré la caja. Llegué a la fila donde estaba Mario a punto de hacer el chequeo, seguro ya sabía lo del ladrillo.

– ¿Qué hace con esa caja?

– Me hicieron la del ladrillo Master

– Bien hecho Ovejo marica, eso le pasa por llegar tarde.

– Ya Master, antes estoy viendo como me deshago de esta vaina.

Nunca se pudo, viaje hasta Barranquilla con el ladrillo en las piernas mientras les recordaba sus antepasados a los que participaron de la chanza.

El jefe de Redacción nos mandó a hospedar en el hotel Caribeño, era la tercera vez que nos quedábamos en ese lugar, ya conocíamos algunas de las desagradables experiencias.

En Curramba nos esperaba Edgar “El Champion” Perea Q.E.P.D, con él hicimos algunas entrevistas en el Hotel donde se hospedaba La selección Colombia. Entrar a este lugar era mágico, estar al lado de las figuras que hacían soñar a los colombianos partido tras partido y verlos en su entorno; además íbamos con El Campeón, a quien todos respetaban y yo creo que hasta admiraban.

Días después llegaron Germán Palma, camarógrafo, Germán Arango y Adriana Ayala, periodistas, Álvaro García, subdirector del noticiero y Jorge Cardozo, editor.

Conforme pasaba el tiempo los días se fueron tornando más agotadores no había descanso. La edición del material muchas veces se alargaba hasta la madrugada.

Una de esas largas noches llegamos al hotel a la hora de la Cenicienta, el recepcionista roncaba y ni cuenta se dio que pasamos, subimos al tercer piso, adelante iba el Master con su paso apurado y la cámara en su mano derecha, dos metros más atrás con maleta, trípode y casetera iba yo, creo que todo pesaba unos 12 kilos, con los que debía cargar a diario. De repente Mario se aferra la cámara al pecho y lanza un grito terrorífico y penetrante mientras se hacía a un lado del corredor.

Por el largo pasillo con una baranda a un lado y habitaciones en el otro corría de frente a nosotros una rata negra y peluda emitiendo un chillido agudo, Mario seguía gritando, yo conservé la calma tal vez por el cansancio; recordando mis épocas de futbolista dejé avanzar al roedor mientras lo iba midiendo en su velocidad y en el momento justo… Pum, le estampé un puntazo con mi pierna derecha. El animal salió volando en sentido contrario al que traía en su carrera y se estrelló a unos ocho metros contra una puerta marcada con el número 310.

Loa gritos despertaron de su plácido sueño al recepcionista quien subió con trotecito despreocupado y miró la rata extendida en el piso, ahora se podía medir, eran unos 50 centímetros desde su nariz al final de su pelada cola. Se voltea aquel hombre de tez morena y mientras nos mostraba su sonrisa de dientes blancos nos dice:

– Erda cachaco mataste la huésped de la 310.

Mario le soltó todo el arsenal de palabras aprendidas en su niñez y juventud en el barrio La Perseverancia, de nada sirvió, por mi parte solo quería descargar el equipo y dormir.

A Faustino “El Tino” Asprilla lo poseía una rabia infinita cada vez que veía a alguien de prensa y lo hacía saber de cualquier manera. En una práctica mientras Francisco Maturana daba instrucciones, y el sol sofocante hacia más difícil el entorno, la estrella de El Parma nos mandó un taponazo que pasó a centímetros del sitio por donde pasábamos. Si nos pega fijo nos había tumbado, el desatino del acto no pasó a mayores.

Esa noche al llegar al hotel nos informaron que al siguiente día iban a lavar los tanques del agua y por lo tanto no tendríamos ese servicio. No creímos que fuera tan mala noticia pues salíamos muy temprano y regresábamos con la soledad de la noche.

Antes de las 6:00 a.m. Mario me llamó para salir a trabajar, le dije:

– Báñese usted primero Master.

Quería hacer pereza 10 minutos más, cerré los ojos, no creo que pasaran más de 180 segundos y escuché el grito:

– Apúrele Ovejo.

Salté como un resorte a la ducha, abro la llave y… Plash, me cae en el pecho y parte de la cara un pegote de moho verdoso. Ya estaban lavando los tanques.

Al Salir del baño vi a mi compañero de cuarto burlándose de mí.

– ¿Cómo le fue?

– De maravilla, es la primera vez que una ducha me escupe.

Cada día era una anécdota distinta en ese ambiente carnavalero, que con su manto multicolor cubría a Curramba, parecía otro país. A flor de piel estaba el apoyo, la amistad y una tolerancia que hasta los suizos envidiarían; pude ver como se abrazan sin problema ricos y necesitados, famosos y desdichados, heterosexuales y homosexuales, perros y gatos… Todos por igual en una sola bandera, emoción pura. Parecía la radiografía de la canción Imagine de John Lennon.

La selección Paraguay llegó y las declaraciones de José Luis Chilavert, el mítico arquero Guaraní héroe de muchas batallas deportivas, iban encendiendo los ánimos.

Cuatro días antes de ese crucial partido hubo una noche de descanso, opté por irme hasta El Tremendo Guandú, famoso restaurante, y me despaché un sancocho trifásico que me dejó sudando y pletórico. Para bajar ese banquete me fui caminado para el hotel que quedaba a unas diez cuadras. Golpee en la puerta, mi compañero de habitación entre abrió la puerta y me dijo:

– Viejo tengo visita “técnica”, nos vemos mañana.

Me cerró la puerta en la cara, me fui a golpear en las otras habitaciones de mis compañeros; era como si se hubieran puesto de acuerdo, todos estaban en lo mismo. En la del Negro Palma fue en la última que toqué, pero nadie abrió, seguro había salido a tomarse alguna cerveza con Manuelito Mosquera, su asistente.

Tomé la calle nuevamente y en la caminata nocturna iba encontrando cuanta cosa, banderas de todos los tamaños, carros adornados para la ocasión, máscaras amarillo, azul y rojo. En una esquina una mulata exuberante me ofreció sus servicios amatorios por una hora, la miré fijamente, pude percatarme que era una menor aparentando más edad detrás de una capa de maquillaje, una triste realidad de la necesidad; decentemente le dije que no, pero ella insistió caminando a mi lado casi una cuadra. Lo último que me dijo fue:

– Mi amor al menos invítame a tomar algo o vamos a bailar a una discoteca.

Mis pasos me llevaron hasta el hotel de la selección, los porteros ya conocían a los de prensa y nos dejaban entrar sin problema. Pasé derecho a la piscina, me acosté en una cómoda silla playera y pedí una cerveza. Me fui quedando dormido bajo la luna de Barranquilla arrullado por una suave brisa. Esa noche pude ver los actos de indisciplina por parte de algunos jugadores emblemáticos de la tricolor con una presentadora de un noticiero muy famoso en ese momento.

Llegó el día crucial, Colombia Vs Paraguay en el estadio Metropolitano, el partido estaba programado para las 3:00 p.m. Nosotros llegamos cuatro horas antes pues desde la gramilla del Roberto Meléndez transmitimos la vibración deportiva con el campeonísimo Edgar Perea.

Era apoteósico ver como El Champion manejaba el estadio, Corea y Vietnam, tribunas emblemáticas, hacían lo que Edgar les pedía y esa euforia se propagaba en milésimas de segundos al resto del estadio.

Saltó Colombia al gramado y la alegría fue total, a un lado El Cole también hacía su show, era un hervidero, la quinta paila del infierno, desde lejos se veía como si el pasto estuviera encharcado, no era más que el espejismo creado por las altas temperaturas que se soportaban en el césped.

Nos ubicamos con Mario detrás del arco de Chilavert, justo al costado derecho. El partido intenso, roce, garra, madrazos entre ellos, hasta que llegó la ilusión… Penalti a favor de Colombia. Éxtasis total.

El balón lo pide Faustino Asprilla, Chilavert le dice de todo, duelo de miradas, el balón en el punto blanco, en esos pocos segundos siento cómo el arquero se va haciendo más grande debajo del arco, la carrerita confiada de El Tino, el grito de gol listo en millones de gargantas, disparo potentísimo con su pierna derecha y… Desviado, se comió el penalti, El Metropolitano se silenció brevemente.

El taponazo pegó en la valla de publicidad que estaba delante de nosotros… Mario dejó de grabar un momento, me miro y me dijo:

– Este hijo de… nos odia tanto que prefirió tirarse el gol solo por intentar pegarnos otra vez.

El partido terminó empatado a cero goles.