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La cuadrilla de tejedoras

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Crónica

Dos artesanas reflejan la tradición de las mujeres por confeccionar los atuendos que suelen usar los personajes caracterizados en las Cuadrillas de San Martín, que se realizó de manera virtual este  15 de noviembre.

Estuvimos esta semana con ellas y, entre agujas y retazos, conocimos sus historias. Crónica. Nubia Cristina Ibarra cambió a los 10 años las muñecas por los hilos y las agujas. En vez de jugar con ellas prefirió vestirlas. Su inclinación era natural. Por toda la casa veía a su abuela, su mamá y su tía confeccionar trajes y hacer la ropa para la familia.

Foto: Nubia Cristina Ibarra

Se casó a los 15 años y pronto la modistería fue reemplazada por las artesanías. Hoy, un taller detrás de la casa le permite a su esposo hacer marroquinería y a su hija, manualidades en fomy. Para esta mujer, de carácter y tono de voz fuerte, recordar su historia es ratificar que este trabajo la iba a llevar a un nuevo escalón con otra satisfacción mayor: aportar a la cultura y tradición llanera. Hoy, con 60 años de edad, es una de las mujeres que a través de sus manos defiende las costumbres de su pueblo: es una de las tejedoras de los atuendos típicos de las Cuadrillas de San Martín.

En su casa, ubicada en la entrada del pueblo, conserva collares y trajes colgados por todos los rincones, y reliquias como los cachos de un chivo que guarda hace varios años. La sala huele a plátano, a punto de servirse para comer. Ella recuerda que ya son treinta años dedicados a coser y tejer las pintas de los cuadrilleros. Pero las manos de Nubia no han dado abasto. A su lado, tres mujeres más trabajan para lograr entregar sus pedidos a tiempo. “Nosotras duramos unos cuatro días realizando un traje de un cuadrillero, sobre todo el de un Cachacero, que es el que más trabajo requiere”, dice Nubia, mientras muestra orgullosa un atuendo hecho el año pasado. Se cuelga el collar para exhibirlo mejor.

El traje que se robó el show este año, los desfiles y las batallas del Festival Internacional Folclórico y Turístico del Llano, con los juegos tradicionales de las Cuadrillas de San Martín, fue apreciado a través de las pantallas de la transmisión virtual para apreciar en detalle semilla tras semilla, pluma tras pluma.

Este traje, el del Cachacero (negros), es un imán para las miradas, por encima de los Guahibos (rojos), los Moros (amarillos) y los Galanes (blancos).

El Cachacero tiene reservada su extravagante vestimenta, diseñada con sobras de estopa, costales, cáscaras, fique de cabuya, huesos y dientes El Cachacero tiene reservada su extravagante vestimenta, diseñada con sobras de estopa, costales, cáscaras, fique de cabuya, huesos y dientes de res, semillas nativas y, en general, lo que se les atraviese. Son entre 5 y 10 kilos de cachivaches colgados por todo el cuerpo, sin contar con una carga adicional: estarán mimetizados con cachaza, una mezcla de miel y carbón. Mientras simulan batallas durante horas en un día soleado en la Plaza de Cuadrillas, la temperatura corporal aumenta más de lo normal, hasta 5 grados de más. Pero el show no se detiene. A pesar de lo incómodo, la faena debe continuar. Una de las compañeras (la presenta como amiga) de Nubia es Fabiola Castrillón. Es de pocas palabras, pero ingeniosa para hablar, cercana a los 70 años, alza la voz y dice tener “tan solo 15 años”. Reconoce y halaga el trabajo que realizan hace treinta años, pues tiene claro que su esmero y dedicación contribuyen a la conservación de las tradiciones de San Martín.

Ella, a diferencia de Nubia, aprendió a coser de adulta, diseñándoles ropa a sus hijas y nietas. Al ver la necesidad que había en el pueblo le tomó cariño a la hechura de los rústicos trajes de los cuadrilleros. Ahora, ellas ven esta labor como un juego. No necesitan de materiales finos ni extraños, con retazos y cascarillas se las ingenian para realizar los trajes y máscaras. La modistería, las artesanías y las manualidades son labores que les han permitido salir de la monotonía y de los gajes del oficio. Mujeres del común, entregadas al hogar y a sus familias y con un largo recorrido en la vida, pero aún dispuestas a seguir conservando las tradiciones de esta región del Alto Ariari.

En el resto del año también se dedican a realizar trajes para eventos culturales del pueblo, la iglesia y los niños del colegio. A los turistas los reciben con artesanías; como bolsos de fibras naturales, collares y manillas a base de semillas. Tienen como propósito enseñar este arte a los más jóvenes. Consideran que las personas que se dedican a esta labor ya se encuentran viejas y cansadas (como ellas). Por eso recalcan, un poco molestas, que los más jóvenes deberían tomar la iniciativa de aprender de esta práctica y, así, seguir cultivando lo que tanto las identifica. En este rincón del Meta, ubicado a 70 kilómetros de Villavicencio, las mujeres son ejemplo de empuje. Ellas transmiten el legado artesanal. Son mujeres de hilos y agujas tomar.