Por: José Félix Lafaurie Rivera

El pasado 7 de octubre me topé casualmente con el periódico impreso, como en otros tiempos, y me detuve en la sección de “pasatiempos” de El Tiempo, en la que me reencontré – valgan las redundancias– con el registro del “paso del tiempo” a través de las noticias de “Hace 25 años”. Recordé entonces una frase de nuestras charlas con Álvaro Gómez: Vivimos en un país –y un mundo, diría hoy– donde todo sucede y… nada pasa.
En efecto, el 7 de octubre, hace 25 años, la Corte Constitucional declaraba catástrofe humanitaria el creciente desplazamiento forzado y le exigía soluciones al presidente, y una “nueva ley” garantizaba protección a los ancianos pobres, mientras en el mundo, el primer ministro israelí declaraba: “Si en los próximos dos días no vemos un cambio en la violencia de los palestinos, lo interpretaremos como una interrupción de las conversaciones por parte de Yaser Arafat, y la responsabilidad será solo suya”.
Han pasado 25 años y estamos en las mismas. El 7 de octubre de 2023 la violencia palestina, hija del fundamentalismo religioso, explotó con sevicia terrorista que espantó al mundo. 251 personas secuestradas y 1.200 asesinadas. Israel respondió con fuerza también inusitada, que ha dejado en Gaza más de 68.000 muertos y miles de heridos y desplazados; una reacción injustificada –la extrema violencia siempre lo es–, pero explicable en un pueblo perseguido durante siglos, que ha dicho “No más”, después del asesinato de seis millones a mediados del siglo pasado.
El mundo está dividido y, en Colombia, Benedetti, desde el pedestal imaginario del liderazgo mundial de Petro y de ser “el único gobierno del planeta que se le ha parado en dos patas a Israel y a Estados Unidos”, invitó a las marchas del 7 de octubre en apoyo a Palestina, aclarando que no fueron convocadas por el gobierno, aunque Petro lleve meses alebrestando el odio contra los dos países, con más inquina desde que perdió su visa por andarse, tocado de kufiya, de manifestación callejera ¡en Nueva York!
Hubo disturbios en universidades públicas, sobre todo en la Pedagógica de Bogotá, donde se preparan – ¿o se ideologizan? – los maestros de nuestros niños. Hubo miles de personas obligadas a largas caminatas, pues las marchas, que afectan el transporte público y el derecho a la libre movilización, no son por ello pacíficas, aunque lo parezcan.
Marchas inoportunas, en una fecha que, para la Confederación de Comunidades Judías, es sagrada en tributo a quienes perdieron la vida en “la matanza más grande de judíos después del Holocausto”. Ese día se encendió la hoguera de la violencia y fue Hamás quien lanzó la chispa, que hoy empieza a apagarse gracias a la intervención del presidente Trump.
Marchas con el apoyo innecesario del gobierno, en un país agobiado por la violencia narcoterrorista, pero también por la protección del Estado a los bandidos y por el discurso de odio del presidente.
Marchas inconvenientes que le echan leña a otra hoguera, la de las tensas relaciones con Estados Unidos por las acciones y declaraciones delirantes de Petro, poniendo en riesgo el apoyo contra el narcoterrorismo y en otros frentes, además de las exportaciones y el empleo.
Así que, si el delirio de liderazgo mundial le alcanzaba a Petro para creerse definitivo, no solo en el salvamento del planeta, sino ahora en la resolución del conflicto en Medio Oriente, pues se quedó con “los crespos hechos”, pues su odiado Trump ya hizo lo suyo por la paz.
Más le valdría a Petro dedicarse a gobernar este país que sigue adelante a pesar suyo, y tiene puestas sus esperanzas en… agosto de 2026.
@jflafaurie