Por Lola Portela
El ingreso de Miguel Uribe Londoño al proceso de selección presidencial del Centro Democrático es visto con críticas positivas y negativas. Unos consideran que “no es un hecho aislado ni meramente familiar: es el resultado de una jugada política que mezcla dolor, legado y cálculo electoral.
El abogado y exsenador comenzó a sonar con fuerza tras las honras fúnebres del 13 de agosto, cuando, en un gesto cargado de simbolismo, entregó públicamente el legado de su hijo asesinado, Miguel Uribe Turbay, al expresidente Álvaro Uribe Vélez. La escena selló un pacto de continuidad que se reforzó apenas horas después, cuando ambos se reunieron en privado para reorganizar la campaña opositora, justo tras la salida en libertad del exmandatario, mientras se resuelve su proceso judicial.

En ese contexto, el guiño de Uribe fue decisivo: más que una bienvenida, fue una confirmación de que la tragedia personal se transformaría en plataforma política y, al mismo tiempo, en una herramienta para reordenar el partido. Aunque trataron de desestabilizarlo moral y políticamente primero con el atentado de Miguel Uribe, luego con el montaje de juicio, para logra una condena y encarcelamiento, violando los derechos fundamentales del líder del partido, como lo dejó claro el Tribunal de Bogotá. La muerte de Miguel Uribe, luego de una lucha, acabó con la esperanza de muchos seguidores. Sin embargo, como el ave Fénix, sus precandidatos se mantuvieron firmes y fuertes, especialmente María Fernanda Cabal, quien como toda una “generala”, defendió el legado de Álvaro Uribe que intentaron apocar o acabar. La tentativa de fractura interna resultó en unidad del partido, para reclamar sus derechos a ser oposición.
Un legado asumido entre dolor y afinidad política
Recogiendo opiniones también nos dicen: “La candidatura de Uribe Londoño está íntimamente ligada a la tragedia. Tras el asesinato de su hijo en junio y su muerte definitiva en agosto, la familia buscaba cómo mantener vivo su proyecto político. Y eso no es malo, pero tan reciente nos pone a pensar, qué tanto sabe puede aportar el padre, frente al sueño de su hijo, él era quien estaba, con los otros 4 precandidatos, dando la batalla contra este gobierno, no lo vimos pronunciarse antes”.
Lo cierto es que según se sabe la decisión fue unánime dentro de la familia, para que fuera quien tomara las banderas del hijo. Y el respaldo inmediato de Álvaro Uribe fue fundamental: no solo lo legitimó ante la militancia, sino que lo colocó en la escena como depositario del “legado uribista” en un momento de crisis.
Redes sociales y ecos en la opinión pública
En plataformas como Facebook e Instagram, el anuncio generó reacciones encontradas: mensajes de apoyo y solidaridad hacia el padre en duelo se cruzaron con críticas sobre un posible “uso político del dolor”. Algunos simpatizantes uribistas lo saludaron como símbolo de continuidad y fortaleza, mientras otros señalaron que la movida parecía más un cálculo estratégico de Álvaro Uribe que una verdadera apertura democrática.


La baraja de precandidatos y el consenso interno
Antes de que se oficializara su postulación, circularon nombres como el de María Claudia Tarazona (viuda de Uribe Turbay), el representante Andrés Forero y el exministro Juan Carlos Pinzón. Ninguno logró generar consenso. Finalmente, los precandidatos María Fernanda Cabal, Paloma Valencia, Paola Holguín y Andrés Guerra aceptaron el ingreso de un quinto, en lo que se presentó como una decisión unánime. El gesto buscó transmitir unidad en medio de la incertidumbre, pero también dejó en evidencia la capacidad de Álvaro Uribe Vélez para ordenar la casa. Y, como dice la canción: “yo sigo siguiendo el papá”
Evaluación de analistas: ¿simpatía suficiente para gobernabilidad?
Expertos como Gonzalo Araújo advierten que su candidatura, aunque legítima desde la perspectiva emocional, tiene límites prácticos: “Le será muy difícil ser el ganador de la consulta, poniendo en riesgo la viabilidad política del candidato del Centro Democrático, incluso en primera vuelta, y genera más quiebres y fricciones internas, por posibles favoritismos”.
En la misma línea, Jorge Iván Cuervo subraya que Miguel Uribe Londoño no representa la renovación que encarnaba su hijo: “Si gana, no será por ser un mejor candidato, sino como gesto de solidaridad. Eso no lo convierte en un aspirante competitivo. Me parece que es impuesto por Álvaro Uribe en un partido donde no hay margen para el disenso”.
Precedentes históricos en Colombia: cuando el legado reemplaza al líder caído
El caso de Miguel Uribe Londoño no es nuevo en la política colombiana, y es importante contextualizar que, aunque cada historia es diferente hay similitudes y diferencias.
- Luis Carlos Galán (1989) → Juan Manuel Galán: el hijo transformó el duelo en un proyecto político propio, consolidado con los años, sin depender directamente del aparato liberal tradicional.
- Carlos Pizarro (1990) → María José Pizarro: su hija se convirtió en una de las voces más visibles de la izquierda, con un liderazgo independiente.
- Álvaro Gómez Hurtado (1995) → Enrique Gómez Martínez: su sobrino asumió la bandera de Salvación Nacional, aunque sin la fuerza del caudillo asesinado.
- Jorge Eliécer Gaitán (1948) → Gloria Gaitán: intentó mantener vivo el gaitanismo, pero sin lograr articular un movimiento competitivo.
Similitud: en todos los casos, la política buscó capitalizar la memoria y el dolor como motor de continuidad.
Diferencia clave: Miguel Uribe Londoño asume el rol inmediatamente, sin trayectoria política vigente, ni espacio para construir una narrativa propia, bajo la sombra de Álvaro Uribe y un partido vertical, donde las banderas se defienden con enorme compromiso.
Conclusión: entre dolor y estrategia, ¿qué prevalece?
La entrada de Miguel Uribe Londoño se está interpretando en la opinión pública como un gesto de respeto hacia la memoria de su hijo, pero también como una estrategia de supervivencia para el uribismo en tiempos de crisis. Consideran que la apuesta es simbólica: busca cohesión interna y apelar a la solidaridad de la militancia. Sin embargo, las dudas sobre su capacidad real de competir en un escenario polarizado y como ven una dependencia del expresidente Álvaro Uribe plantean un interrogante crucial: ¿estamos frente a una candidatura de transición, destinada más a preservar la unidad, que a disputar seriamente el poder en 2026?
El reto es enorme, porque el Centro Democrático debe aprender de los errores cometidos anteriormente, al escoger el líder que lleve a la contienda política su voz y logre el voto unánime de los colombianos, quienes hoy, según los leemos, dudan si lograrían vencer al partido de gobierno.