Por: Juan Carlos Niño Niño
Asesor Legislativo – Escritor.
La semana pasada se fue rápido, y eso sucede generalmente cuando se tiene un ritmo de vida muy agitado, con cientos de cosas, múltiples y diversas, como el inicio del periodo legislativo en el Congreso, la venta de mi libro “En la población del PIedemonte” -que entre otras cosas va muy bien- o algo tan sensible pero inesperado como un quebranto de salud de varios días de mi Mamá, y que afortunadamente se pudo solucionar.
A lo largo de cada semana, se va seleccionado el tema de mi Columna Dominical -algunas veces la anuncio en la “Coletilla” de la anterior- teniendo mentalmente como plazo el viernes, cuando anuncio en los estados de mis redes sociales, el título de la siguiente, pero esta vez no ocurrió así, me tomó ayer sábado con ¡los pantalones abajo! No tenía ni idea de que iba a ser mi Columna de hoy, por lo que con angustia y casi desesperación me puse a repasar los cientos de temas pendientes, teniendo en cuenta que era el turno de la “Crónica vivencial”, que intercalo cada domingo con un tema “formal” del Congreso.
Lo curioso es que sin darme cuenta, había encontrado el esquivo tema de la columna de hoy: la hoja en blanco del escritor, que tanta angustia le ocasionaba a nuestro Nobel Gabriel García, pero que encontró consuelo en una recomendación del también Nobel Ernest Heminguay, en que es válido interrumpir el trabajo, cuando se tiene la certeza de cómo continúa al día siguiente, lo que probablemente me ocurrió, cuando al definir ayer el tema de hoy, la anuncié con premura pero con un innegable alivio, que me permito conciliar el también esquivo y escaso sueño de este Columnista.
Al despertar, empezó a rodar como en una película, tantos y tantos temas que tengo guardados en recortes de periódicos, apuntes de agendas olvidadas o en los mismos recovecos de la memoria, que a veces se revelan negándose a salir de su escondite, fruto de mis evocaciones al lado del río Cravo Sur en Yopal, las mil y unas vivencias en mi amada Bogotá, y por supuesto lo que ha sido mi vida durante treinta (30) años en el Congreso.
A la memoria se viene un recuerdo angustiante y tormentoso, cuando una vez a la media noche -cuando estudiaba Comunicación Social en la Universidad Sabana- decidí irme caminando desde la calle 170 hasta residencia en Chía, porque la última Flota del Carmen había pasado unos minutos antes de llegar a ese lugar, que solo se explica por lo “corrido” y osado de la juventud, y que seguramente no me pasó nada por las constantes oraciones de mi Madre.
Aunque en ese corredor -Puente El Común, Centro Chía y la Avenida Pradilla- tengo recuerdos inmejorables de esa juventud -cuando me creía inmortal- como cuando con el corazón a toda prisa, bajé de la Flota del Carmen para presentar la entrevista -con el Magistrado Francisco Herrera (QEPD)- que me permitió ingresar a estudiar Periodismo en la Sabana; las interminables caminatas con mi primera novia de la universidad -una bella zipaquireña, con ojos grandes y castaños, parecida a la actriz italiana Ornella Muti- o las cientos de fotografías que tomé a bosques de eucaliptos para la clase del mismo nombre -me encantaban- que no fueron suficientes para aprender a manejar la cámara manual profesional, siendo un desastre en el manejo del obturador y el diafragma.
Las escenas cinematográficas en Bogotá son muchas, como cuando presencié en la noche a un supuesto sicario profesional -cerca a la Clínica Reina Sofía- alcanzar y bloquear en una moto grande a un taxi que antes lo habría cerrado, y gritarle duro al conductor-con cierto humor y consideración- que no se hiciera “quebrar” chimbamente, porque no sabía con quién se estaba metiendo; o el simpático caso -bien tierno, como dirían las mujeres- de un jovencito regañando a su Padre en la Avenida Jiménez con Séptima, cuestionando al viejo que solo le interesaba la “rumba, el trago y la mujeres”, mientras el hombre entrado en años miraba triste el horizonte, pero de reojo no despuntaba la billetera cuando el muchacho decidió darle plata para el almuerzo.
Del Congreso tengo pendiente una crónica cuando el entonces Presidente de la Cámara Emilio Martínez, se quedó encerrado en su gigante y republicano despacho -se trabaron las llaves romanas- y fue necesario que los Bomberos de Bogotá lo sacaran por la ventana con una escalera eléctrica de una de sus grandes máquinas, o el día que en la Plenaria de la Cámara se me hizo muy fácil “encañonar” con mi grabadora de periodista al embajador de Estados Unidos William Brownfield -dizque para hacerle una pregunta “light”- lo que enfureció con toda razón al alto diplomático, quien me arrebató la grabadora y en un perfecto español me preguntó ¿Quién es usted?
La hoja en blanco se ha esfumado, porque casi he terminado mi columna Dominical sin darme cuenta, siendo curiosamente una sentida y profunda Columna, que abre paso a tantos temas deambulando en mi mente, que muchas veces me mantienen en un ensimismamiento total, que muchas veces se confunde injustamente con soberbia y frialdad.
Coletilla: Entre las crónicas pendientes de Yopal, está sin duda la desaparecida orquesta ochentena Los Centauros de Colombia, que en el día -hasta recién entrada la noche- eran la banda sonora oficial de matrimonios y primera comuniones en el Club Casanare, para después convertirse en la flamante y poderosa agrupación “Los Putis Boy”, que cantaban en los putiaderos de la carrera 21 (“La Zona”), y que muchos hombres -incluidos los políticos- dan fe del debut de los Putis en esos sitios, pero no porque fueran clientes de los mismos -aseguran- sino porque al lado de los putiaderos estaban los mejores restaurantes de gallina en el pueblo, y era obvio que al degustar semejante plato, escuchaban las notas de esta agrupación en el prostíbulo de la Caracaballo (QEPD).
! Vaya uno a saber ¡