Inicio OPINION La entrega que no se dio

La entrega que no se dio

363
0

Por: Elkin Raúl Coronell Cadena

Nuestro día ya terminaba, habíamos acabado el turno de trabajo después de grabar a unos skaters, esos muchachos que hacen infinidad de piruetas y desafían brevemente a la gravedad en sus patinetas, que eran la sensación en el barrio La Perseverancia de Bogotá. Extenuados y sudados como caballos corridos, estábamos guardando la cámara y cargando las baterías cuando entró Óscar Ritoré, jefe de redacción del noticiero, con cara de tragedia.

– Necesito una cámara ya.

– Solo estamos nosotros, pero ya nos vamos porque estamos trabajando desde la 6:00 a.m. Dijo el cámara Germán Palma.

– No me importa, se van ya para Cali. Allá los está esperando Diego Hernán Canal.

– Bueno, pero ¿qué vamos a hacer? Preguntó nuevamente Germán.

– En Cali les dice Diego.

Como vivía cerca le dije a Óscar que iba hasta mi casa a sacar algo de ropa. La respuesta fue a su mejor estilo, agrio y seco.

 – ¿Y para que ropa? Mañana se devuelven.

Nos embutieron casi a empujones entre un taxi con rumbo al aeropuerto El Dorado.

Al llegar a Cali tomamos rumbo a la Fiscalía en pleno centro de la Sultana del Valle. Eran casi las 8:00p.m. Diego nos esperaba al interior de un Renault 18, de propiedad del señor Francisco Lagos, quien prestaba el servicio de alquiler de equipos para NTC y otros noticieros.

Nos bajamos del taxi y nos montamos al carro en el que estaba Diego.

– ¿Qué venimos a hacer hermano?

Diego Hernán Canal, a quien de cariño llamábamos “El Bimbo” guardó silencio. Él es y sigue siendo uno de esos buenos reporteros a quien el periodismo le corre por las venas.

Las baterías de la cámara estaban descargadas y era urgente lograr algo de carga. El Negro Palma se voltea y me dice.

– Ovejo vaya y mire en dónde le dejan cargar las baterías al menos una hora.

Me bajé del carro y pude ver a unas tres cuadras un CAI de la Policía. Pensé que era el mejor lugar.

La Fiscalía en Cali estaba ubicada para ese entonces, finales de 1994, en un sector del centro de la ciudad, donde las sombras de la noche despertaban bares de mala muerte, uno que otro malandro, borrachines sin remedio y mujeres de la vida alegre, que de alegre no debe tener nada.

El miedo que sentía me producía escalofríos, mis manos sudorosas se aferraban a las pilas para evitar que alguien me las intentara arrebatar. Finalmente llegué hasta el CAI, saludé y me presenté mostrando el carné de prensa.

Con un marcado acento caleño el teniente a cargo me dio permiso para conectar el cargador una hora. Así lo hice, con la mala fortuna que al conectarlo el fluido eléctrico falló. Todos me voltearon a mirar y la paranoia se empezó a apoderar del lugar.

Desconecté el cargador y 20 segundos después volvió la energía, a todos nos regresó el alma al cuerpo. A los policías en la década de los 90 del siglo pasado les había puesto precio El Cartel de Medellín, por eso vivían alerta y con el presentimiento de la parca respirándoles en la espalda. Y aunque Pablo Escobar ya había sido abatido a finales de 1993, el temor seguía latente. Esa sensación la podía ver en el rostro de los cuatro agentes que estaban en el lugar. Volví a conectar el cargador y nuevamente se fue la luz, la psicosis ya se podía oler en el ambiente.

 Apenado ofrecí excusas por lo sucedido, salí dejándolos en tinieblas y con los nervios de punta, era evidente aún en la penumbra.

De regreso ubiqué una licorera venida a menos, hablé con la mujer que la atendía, en su cuerpo se reflejaban unos 65 años de vida, labios repintados de rojo, y una gruesa capa de maquillaje que ocultaba las líneas del paso del tiempo en su rostro. Amablemente me dejó cargar las baterías.

La noticia del año

Finalmente regresé al Renault 18 y fue el momento de la verdad. Diego nos soltó la información.

Muchachos, una fuente me afirma que esta noche o mañana se entrega Miguel Rodríguez Orejuela aquí en la Fiscalía. Debemos montar guardia.

Nos dividimos los turnos, éramos cuatro, pues Carlos Cárdenas, corresponsal en Cali había llegado a reforzar el equipo. Mientras dos dormían, los otros dos, como terecaya en un turrumutico, vigiábamos calle arriba y calle abajo. Esa misma noche de jueves… No pasó nada.

Al siguiente día nos hospedamos en el hotel La Merced, descansamos un par de horas y regresamos al lugar donde esperábamos paciente y estratégicamente, a pesar que el calor del Valle se tornaba insolente y desesperante por momentos. Ese viernes también se fue en blanco y la incomodidad del carro empezaba a pasar factura, de la mano del olor a sobaquera, que ya Palma y yo empezamos destilar.

Por segunda vez en dos días, un anaranjado sol naciente nos empezaba a quitar el frío de la madrugada y las noches que penetraban nuestros cuerpos. Y ese día tampoco pasó nada, ni rastros ni movimientos extraños que pudieran intuir la entrega a la justicia del capo del Cartel de Cali.

Ese sábado en la mañana llegamos al hotel, debimos lavar los calzoncillos en el lavamanos de la habitación porque el hedor a sudor y la ropa pegachenta ganaban la partida.

Dos horas después estábamos otra vez con la ropa húmeda encima y los ojos vigilantes, pues la fuente de Diego aseguraba que la entrega era inminente. Era la primicia del año… Tampoco pasó nada.

Carlos “El Pollo” Cárdenas, siempre nos estuvo acompañando y había sido el encargado de llevarnos la comida. Los cuatro días comimos Chuleta Valluna traída del restaurante El Bochinche, famoso durante décadas. Aquello era comida para Vikingos.

Uno de los restaurantes más famosos de Cali

La Chuleta que hicieron famosa los taxistas caleños que frecuentaban el cenadero, media fácilmente unos 40 centímetros de largo por unos 12 centímetros de ancho, se salía por los lados de la caja. Eran un manjar con personalidad, a esa chuleta había que meterle el diente rápido, pues daba la impresión de querer atacar al comensal antes de darle el primer mordisco. Era una labor difícil y deliciosa en extremo.

Ese sábado en la tarde, después de tres días con la misma ropa encima y oliendo a zorrillo, al Negro Germán se le salió el Indio Palma.

– Ovejo, nos vamos ya para la 14 a comprar ropa.

Yo no tenía un peso en el bolsillo y así se lo hice saber.

– Fresco, camine yo le presto y en Bogotá nos devuelven esa plata.

Cada uno compró un desodorante, un jean, una camiseta y un interior marca ACME. Por fin ropa limpia.

Los largos turnos ya habían agotado los temas de conversación, llegó el domingo y la entrega del capo del narcotráfico nunca se dio. La frustración de Diego se notaba en su cara, pero era normal que esas cosas pasaran. Si todo se hubiera dado, él habría sido el único periodista en Colombia y el mundo en tener esa noticia.

Ovnis en Dagua

Ya el domingo en la tarde después de terminar el noticiero al medio día, El Pollo Cárdenas propuso una historia.

– Mira, imagínate que en Dagua están aterrizando marcianos.

Diego, Germán y yo soltamos la risa. Pero Carlos insistía.

– Es en serio ve… Ya han aterrizado varios este fin de semana. Toda la gente por allá dice que es cierto oís.

Extrañas luces en el cielo de Dagua

Al siguiente día salimos de madrugada para Dagua, pueblo ubicado a unos 50 kilómetros de Cali, sin más información que la entregada por los lugareños. Los diminutos marcianos venidos desde los confines del Universo, llegaban lentamente en naves blancas, y al tocar tierra se perdían entre el monte. Nadie se atrevía a ira hasta el lugar exacto de los aterrizajes por miedo a ser abducidos.

Al llegar El Pollo Cárdenas empezó a hacer las entrevistas, todos se mostraban asustados ante un posible encuentro cercano del cuarto tipo, así le llaman los ufólogos al secuestro de un ser humano por naves extraterrestres. El temor de ser llevados a un planeta lejano sin opción de regresar a la tierra no los dejaba mover de sus casas… Toda una historia.

Nos indicaron el lugar donde los habían visto aterrizar y nos fuimos caminando entre la maleza… Al fondo escuchamos a una señora elevando una oración para que nada malo nos ocurriera nada.

En efecto, unos 45 minutos de andar entre matorrales encontramos el primer OVNI. Palma empezó a grabar detalladamente el objeto volador. Era un pequeño paracaídas con un tubo de bengala que tenía escritas unas siglas en inglés que no recuerdo.

El misterio de los marcianos en Dagua había sido revelado por el intrépido Carlos “El “Pollo” Cárdenas, periodista que meses después y gracias a sus buenos méritos, fue llevado a trabajar en la redacción del noticiero en Bogotá.

Cinco días después de esta aventura  que nos había llevado por un torrente de noticias en primicia, angustias, malos olores, noches eternas, calles llenas de meretrices, policías, ladrones, chuletas de otro mundo y OVNIs; no sabíamos si reír o llorar.

Ya en Bogotá Palma pasó las facturas para que le devolvieran el dinero de la ropa que debimos comprar. Óscar Ritoré montó en cólera, pues les pareció un abuso y una indelicadeza que hubiéramos comprado una muda de ropa para podernos cambiar. Y como la cuerda se rompe por lo más delgado, debía ser por el mío, que apenas era un asistente de cámara. Me castigó durante seis meses sin poder viajar con el equipo técnico del noticiero.