Por Lola Portela
La relación entre Colombia y Estados Unidos no se rompió esta semana. Se venía desmoronando hace tiempo, ladrillo a ladrillo, discurso tras discurso, omisión tras omisión. Lo que hizo el presidente Donald Trump no fue iniciar la ruptura: fue firmarla. Ponerle sello oficial. Decirle al mundo, sin rodeos, que Colombia ya no es un aliado estratégico, sino un problema de seguridad para Estados Unidos.
Y antes de caer en la reacción automática de “esto es injerencia” o “es culpa del imperialismo”, deberíamos preguntarnos con honestidad: ¿qué hizo Petro para llegar a esto? Y aquí podríamos decir ¿qué hicimos’, pero sería injusto, porque la gran mayoría de colombianos no comparte la decisiones de Gustavo Petro, ni su política de “paz total”. Por el contrario, el país tiene cientos de víctimas. Muchos colombianos viven “arropados por el miedo” ese que paraliza, que hace tomar decisiones equivocadas, y que obliga a caminar como si se pisaran huevos. Y, además, en muchas regiones de Colombia ya el “dolor está trancado en el alma”. Poblaciones enteras sometidas; otras optaron por caminar del lado del delincuente.
Con ese abrumador panorama de desgobierno, el presidente Donald Trump acusó al presidente Petro de ser un líder del narcotráfico. No dijo cómplice, ni permisivo, ni negligente. Dijo “líder”. Es una acusación devastadora, sin precedentes en nuestra historia republicana reciente. Y aunque duela, hay que entender que no viene del vacío. No se inventa un señalamiento de ese calibre sin años de señales preocupantes, decisiones erradas y alianzas inconvenientes.
¿Dónde están los resultados de la lucha contra los cultivos ilícitos? ¿Dónde está la reducción del narcotráfico? ¿Dónde está la voluntad política para frenar la expansión de las economías ilegales? ¿Dónde quedó la promesa de cambiar al país sin entregarlo a los grupos criminales que lo desangran?
Lo cierto es que el gobierno colombiano ha jugado durante tres años con fuego. Ha debilitado la capacidad operativa de las Fuerzas Armadas. Ha desmontado estrategias de seguridad sin reemplazarlas con nada eficaz. Ha puesto la ideología por encima de la evidencia. Y ha defendido abiertamente al régimen de Venezuela o el de Nicaragua que llevan años bajo sanciones por violaciones sistemáticas de derechos humanos y vínculos con el crimen organizado.
Estados Unidos lo vio todo. Lo advirtió muchas veces. Lo expresó en foros, en comunicados, en reuniones diplomáticas. Colombia decidió ignorarlo. Y ahora Trump, como presidente en funciones, ha hecho lo que su administración considera inevitable: romper la confianza y cortar el apoyo.
Podemos no estar de acuerdo con el tono de Trump. Podemos incluso cuestionar la crudeza de sus palabras. Pero lo que no podemos es hacernos los sorprendidos. Porque si un país que ha sido nuestro principal aliado por décadas —que ha invertido miles de millones de dólares en cooperación, inteligencia, sustitución de cultivos, fortalecimiento institucional— decide cortar la relación de forma tan drástica, no es por capricho. Es porque Colombia ya no parece interesada en ser parte de la solución. Y aunque el ministro de Defensa de Colombia salga a decir que “ofendieron a Colombia”. Se debe entender que el asunto aquí es Petro y sus discursos, sus provocaciones y sus acciones.
La izquierda en el poder prometió “un cambio”. Pero ese cambio, en materia de seguridad, ha significado tolerancia con el narcotráfico, parálisis institucional y una peligrosa permisividad frente a los actores armados. Mientras la coca crece, el Estado se repliega. Mientras los criminales avanzan, el gobierno dialoga sin condiciones. Mientras los aliados tradicionales se preocupan, el presidente sonríe desde Caracas.
Trump lo ha dejado claro: “Petro debería cerrar estos campos de exterminio de inmediato, o Estados Unidos se los cerrará”. Esa frase no es metáfora. Es una advertencia frontal. Es una línea roja. Es el lenguaje que se usa con los regímenes que han cruzado el umbral de lo tolerable.
Colombia debe ¡despertar! Este no es un ataque a la soberanía. Es una consecuencia. Es el precio de haber subestimado una relación histórica. Es lo que pasa cuando la política exterior se maneja como si fuera un activismo de redes sociales.
Colombia siempre ha sido aliada histórica de los Estados Unidos, una relación que ha fortalecido nuestra economía, la seguridad y la democracia. Sin embargo, con pruebas, Trump nos ha retirado el estatus de socio confiable. El daño ya está hecho. Lo que queda por definir ahora es si el gobierno colombiano seguirá en su camino de aislamiento y confrontación, o si, por fin, asumirá la realidad con responsabilidad. Creería que este gobierno se quedará en la victimización.
Considero que este no es el final inevitable. Pero sí es un punto de inflexión histórico. Le toca a los colombianos decidir: ¿seguimos el camino de la victimización y la negación junto al desacreditado gobierno, o corregimos el rumbo antes de que la soledad sea absoluta?
La precandidata María Fernanda Cabal ya lo había anunciado: la democracia esta en peligro, porque precisamente lo que la izquierda desea es un país en soledad: aislado. Y en ese contexto Cabal dice: “Hoy, Gustavo Petro no representa a Colombia, se representa a sí mismo y a los intereses de quienes se han lucrado del narcotráfico en estos tres años“, enfatiza la líder colombiana.
Y agrega: “Mientras Venezuela se convierte en un riesgo creciente para la estabilidad del continente, Petro busca aislar al país y castigar a quienes verdaderamente construyen nación: los cafeteros, los floricultores, los empresarios del campo y la ciudad.
Y es que, sin duda, la ruptura con EE. UU. “debilita al sector privado, a los gobiernos regionales y al acceso de Colombia a los mercados financieros”.
Por eso María Fernanda Cabal hace una invitación que debemos escuchar y seguir si queremos realmente vivir en libertad: “Este es el momento de unirnos todos los que creemos en la legalidad, en la Constitución del 91 y en las instituciones republicanas. Debemos cerrar filas frente a un proyecto que busca fracturar la democracia para perpetuarse en el poder. Colombia no puede caer en la trampa del autoritarismo“.
El mundo ya entendió quién es Gustavo Petro. Trump ya habló, y claro. ¿Escuchará Colombia? Ahora le toca a cada colombiano afinar su oído y abrir los ojos, para luchar, y ser un ¡guardián de la libertad!