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Nos devolvieron la película

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Por Lola Portela

Esta última semana recordé el infierno que era Colombia en los 80 y principios del 90. Eso me hizo pensar que volvimos a perder la seguridad en Colombia 

El país está en una espiral de odio, de violencia. Y, debo decir, que en medio de todo esto la oración ha sido nuestra fortaleza. Sí, orar nos reconforta, nos llena de lo sobrenatural. 

Creo que nunca el país se había unido en oración y con un sólo clamor solidario, como ha sucedido por la salud de Miguel Uribe. Y,  con certeza el cielo nos escucha este clamor por un milagro: ver nuevamente bien, completamente sano a ese hombre que, desde bebé, ya lloró por la violencia en Colombia. 

Miguel y Carolina, en mi humilde concepto, representan a cientos de colombianos que quedaron huérfanos al perder a su madre, nuestra colega Diana Turbay. Y es que el dolor es el mismo, sin importar el color de la piel, la cuna o el lugar donde se nazca. Y lo digo de esta forma porque hasta en éso nos han querido dividir, con discursos sectarios y de odio. Cuando Colombia realmente es una sola, y el dolor de la pérdida es la misma.  

¡Cuánta falta me hacen, ahora, las palabras de fe de mi madre!  Esas que me abrazaban, a la distancia, en medio del desastre de aquella época. 

Sí, nos duele el atentado de Miguel Uribe. Nos duelen los casi 30 atentados de esta semana. Los cientos de policías y militares muertos de forma miserable, porque cada día los están masacrando, ahora hasta con franco tiradores y drones. No era el estilo de ésa época. Y, duele porque muchos de los uniformados caídos recientemente eran  hombres y mujeres muy jóvenes, que decidieron servir al país, desde la Policía Nacional o el Ejército, algunos llevaban sólo  meses en servicio.  Nos duelen también los civiles muertos y heridos, esos que sólo por pasar al momento del atentado, dejaron huérfanos a sus familiares o quedaron con cicatrices en sus cuerpos y en el alma, para toda su vida. 

Sí, en este Gobierno, nos devolvieron en el tiempo, pero es más grave, ahora, porque no hay un mandatario que abrace este dolor de país, de patria..  Y, con el respeto que me merece, debo expresar que estoy de acuerdo con muchos colombianos: “lo sentimos en otro planeta”. Lejos de la realidad que tenemos que registrar o mostrar cada día, como periodistas. 

Pucha, cuánta falta me hace el abrazo de mi madre. Ese que alivió el dolor de cuando  Diana Turbay murió, sólo su voz me consoló. Milagrosamente ella viajó a Bogotá. Y ese fin de semana anterior, con mi corazón roto de dolor tuve que escribir y grabar el artículo de despedida de Noticias 1, de la amiga, de la colega, de la jefe de muchos.  En Cabina rompí en llanto más de una vez, pero era más fuerte la rabia, la impotencia de saber que aún la violencia no paraba. 

No fueron años  fáciles, como tampoco es fácil expresarles esto que tengo tan atrancado en el corazón, esta semana, al registrar tanta violencia. 

Claro, la diferencia es que mi madre ya no sufre lo indecible al saber que en Colombia  en cada momento había una nueva bomba,  un nuevo atentado y su hija debía salir de casa a la Universidad y luego al Noticiero, en medio de aquella guerra. 

Esa era una época sin celulares.  Era la época de esperar la llamada en el teléfono fijo, que daba alivio al escuchar:  ¡estoy bien! En aquel entonces, hasta las monedas eran valiosas y escasas, pues ese reporte, generalmente se daba, desde la calle; al enterarnos de un atentado, desde una cabina telefónica, que funcionaba con monedas, dábamos el parte de cómo nos encontrábamos. Uuuuff han pasado cerca de 40 años.   

Ahora, por la tecnología, nos reportan de inmediato el atentado. Y hasta nos toca verificar, de mil formas, si es cierto o se trata de las bodegas, de los desocupados dispersando ‘Fake news’, mentiras que muchas veces duelen, lastiman o destruyen personas. Y es que, hoy en día, hasta de esa manera nos hacen terrorismo.

Siento que nos devolvieron al pasado: con carros y hasta motos bomba. Al sentir temor de viajar por las carreteras, nuevamente. Por las “pescas milagrosas”, los atentados en los peajes, quema de vehículos,  retenes ilegales, etc. 

Y en medio de todo esto, como en 1989, estamos frente a la carrera de una campaña presidencial, que comenzó también muy violenta. Y que, en nuestro presente, ya derramó la sangre del más joven precandidato: Miguel Uribe Turbay.  

Sí, es el momento de bajarle el tono a las palabras. El lenguaje vulgar y el maltrato de Gustavo Petro contra el presidente del Congreso de la República, sus opositores y el resto de colombianos, no petristas; que somos mayoría, dan cuenta de su degradación personal, y de lo bajo que ha caído Colombia, en su democracia. 

Y es que jamás vimos a un Jefe de Estado con tantos insultos, de tan bajo  nivel, hacia el opositor. Antes se atacaba mostrando resultados, desarrollo, gestión exitosa, inversión, transformación social, y fortalecimiento de la economía. 

Será por los logros alcanzados que cada colombiano debe evaluar lo que quiere para el año 2026. Y, debemos rogarle a Dios que ningún otro precandidato o candidato sea lastimado, que el suelo colombiano no se bañe de más sangre. 

Tenemos el derecho de pensar y sentir diferente, pero no, por eso, se tiene la supremacía de lastimar, de ofender o quitar la vida, por esa diferencia.  

Somos únicos e irrepetibles, así vinimos, desde la fábrica de Dios. Aunque ahora nos vendan el cuento de la igualdad universal, inventada por el hombre.  La igualdad ante Dios se refiere a la idea de que todas las personas somos iguales en el valor y dignidad a los ojos de Dios, independientemente de su raza, género, clase social o cualquier otra diferencia. 

El resto es mero cuento politiquero, para sembrar odio y división.

Me resta decir #FuerzaColombia, #FuerzaMiguel. La oración hará que el cielo gane la batalla.