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La tragicomedia de la democracia

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Por: Florentino Mesa

Cuando en 2017 Donald Trump asumió la presidencia de Estados Unidos, confieso que me sentí transportado a un surrealista capítulo de ‘Los Simpsons’. Hasta entonces, el ascenso de un personaje con su perfil a la Casa Blanca era algo que solo podía suceder en el terreno de la parodia. Un magnate excéntrico, estrella de ‘realista shows’  y con una lista de escándalos bastante, bastante larga, se convirtió en el líder del “mundo libre”.

Ahora, tras su regreso al escenario político con una pompa que haría sonrojar a cualquier monarca, el panorama parece más digno de una caricatura que de una democracia consolidada. La ironía es evidente: Estados Unidos, el bastión de la democracia moderna, permite que un ciudadano convicto de cargos criminales llegue al solio presidencial. ¿Es esto un tributo a la libertad o una prueba de que el sistema ha perdido el contacto con la realidad?

El escenario de hoy me refleja una caricaturesca mezcla entre monarquía y dictadura. Trump, con su característica mezcla de desfachatez y narcisismo, no actúa como un presidente; actúa como un emperador. No da discursos, emite decretos imperiales. Su “corte” está compuesta por un séquito de áulicos políticos (republicanos que -por mantenerse en el poder- olvidaron los principios del partido) y, peor aún, por periodistas mofletudos que han decidido dejar la ética en el perchero con tal de estar cerca del poder.

El nivel de servilismo de algunos sectores es digno de estudio sociológico. Políticos que otrora juraban defender los valores democráticos ahora se desviven en alabanzas al “gran líder”, mientras que ciertos medios de comunicación, que deberían ejercer como garantes de la verdad, se han convertido en altavoces de propaganda. Es como si la trama de un reality show se hubiese desbordado, convirtiéndose en la realidad política de una de las naciones más poderosas del mundo.

Y mientras el espectáculo sigue su curso, nosotros, los ciudadanos comunes, somos testigos impotentes de esta tragicomedia. La democracia, al parecer, ha decidido probar su flexibilidad hasta el límite, permitiendo que el líder más polarizador de los últimos tiempos regrese para imponer su peculiar estilo de gobernar, donde la lógica, la decencia y el respeto por las instituciones son opcionales.

Lo más preocupante no es que Donald Trump sea presidente, sino que un sistema diseñado para filtrar lo absurdo no logró detenerlo. Quizá, después de todo, la gran lección que nos deja esta experiencia es que la democracia, como cualquier otro sistema, también necesita mantenimiento. Y si no lo hacemos a tiempo, terminaremos protagonizando el próximo gran episodio de una serie que, aunque no es de ‘Los Simpsons’, parece escrita por los mismos guionistas.