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¿Quién sacude el jarro?

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Por Lola Portela

Hace unos días, en un aeropuerto de Colombia, tuve un encuentro, de esos que Dios destina, creo que nada es casual.

Llegué 4 horas antes, dado el desmadre causado por la aerolínea Viva Air, y como prevención, luego de una llamada de Avianca donde me pedían “liberar mi tiquete”, y quedarme sin fecha ni hora de viaje, para “beneficiar” a una víctima de esa aerolínea que salió del ruedo.

Entonces resolví  madrugar, ya que debía viajar ese y no otro día, como Avianca planteaba.

Al llegar, me orientó un oficial del aeropuerto, un hombre que también llevó, a lugar seguro, a una mujer con niños pequeños, y agotados de la espera. Finalmente, y en medio de tanta gente, con idiomas y acentos diferentes,  logré ingresar y llegar a una sala de embarque.

Allí, estaba sola, cuando de pronto se acerca una mujer con tapabocas, su moral y algo de merienda en la mano. Su comentario inicial fue: qué tristeza con la avalancha de gente que intenta regresar a su destino, y sin opciones. Esto fue un fraude, un robo, pues vendieron tiquetes hasta último momento.

Y aunque soy parca con desconocidos, entable conversación con ella sobre el tema, pues sentí paz, con aquella mujer. Se quitó el tapabocas, y pidió permiso para comer y hasta me ofreció. Cuando nos presentamos, ella no ocultó su  extraña sorpresa, al escuchar mi nombre.  Y me dijo: anoche, en una comida de despedida,  leímos algo que usted escribió sobre las hormigas y la sociedad. Uuuff, les cuento queridos lectores que quedé fría y me devolvió a muchos años atrás.

Ese episodio fue respuesta divina, para mí. En mi interior lo pensé, y le dije a Dios: Señor respondes cuando menos lo esperamos.

Luego hablamos del momento histórico de ese artículo, y que aún hoy es consultado o citado por muchos.

Y es que resulta que cuando llegan malos tiempos, como hoy ocurre con la sociedad de mí amada Colombia, vale la pena traer a memoria,  el pasado. Y mi semejanza, de entonces  frente a las guerras fue: “Si recoges 100 hormigas negras y 100 hormigas rojas y las metes en un jarro no pasará nada, pero si tomas el jarro, lo sacudes violentamente y lo dejas en la mesa, las hormigas comenzarán a matarse entre sí. Las rojas creen que las negras son las enemigas mientras que las negras creen que las rojas son las enemigas, cuando el verdadero enemigo es la persona que sacudió el jarro”.

Esto mismo ocurre hoy en Colombia y otros países de la región Latina, en cuanto a la política desde hace muchos años.  (Acentuándose mucho más en momentos de crisis como los que estamos viviendo).

Mientras los de la izquierda nos dicen que los malos y los culpables de todo son los de la derecha, ocurre viceversa.

Lo dije antes, y lo afirmo ahora. Esto provoca conflictos entre familiares y amigos y es la mecha que incendia cada día las redes sociales. Y nos divide como sociedad y hasta como familias.

Con sueldos disparatados; en sillones calientes o frescos, según la estación o el clima, el circo político de Latinoamérica puede provocar enfrentamientos, que poco o nada se alejan de la guerra que ya vivió Colombia. Donde guerrilleros se peleaban por territorios y autodefensas y paramilitares, posteriormente, entraron al juego, por la defensa o dominio de esos territorios, luego vino el negocio de las armas y las drogas. La historia muestra que, frente a valores débiles, por el dinero, se corrompen muchos. Y ni qué decir de los ideales.

Y es que, bien se sabe que, como estrategia: las guerras internas se provocan y se dan cuando se desestabiliza todo, y no hay gobernabilidad o se construye una antidemocracia, realmente palanqueada por el deseo de dominio de un externo.

Colombia es la fresa del pastel para el romántico socialismo fracasado de Cuba, y en el paseo está Rusia. Venezuela ya no les aporta mucho, ya esa ECONOMÍA, está deprimida, pues  financió muchos desmadres que no eran propios, pero los suyos entre sí, se destruyeron. Y el pueblo de a pie, sigue en largas y suicidas caminatas eternas, hacia dónde quiénes las mueven decidan su migración.

Colombia debe entender que somos de la misma especie, el color de la sangre es el mismo, y el sueño de libertad, de progreso desde la democracia, es el mismo ¡Que no se nos olvide quién o quiénes sacuden el jarro!

Por Lola Portela