Por Lola Pórtela
La medición de inseguridad, que fue hecha en Colombia, entre el 8 de marzo y el 7 de abril del 2022, arrojó unos resultados muy preocupantes: el 53,1% de los colombianos se sentía inseguro, 36,8% muy inseguro y 16,3% aterrado, al caminar solo en su barrio por la noche. El 23,6% refirió que prefería no salir solo de noche, por la inseguridad.
Sin embargo, es notorio que no se tomaron medidas de fondo. Así lo demuestran los hechos en medio de las fechas de este fin de año del 2022, pues los robos se intensificaron de forma descomunal; no sólo en las calles de las principales ciudades.
Los ladrones no respetan la seguridad en conjuntos, desafían la altura en edificios, los sistemas de alarmas en las casas, las cámaras de vigilancia.
Y es que sencillamente parece que no les importa nada. Incluso son tan organizados que los hechos demuestran que están conectados, entre ellos, por sistemas de comunicación hasta sofisticados. Lo cual quiere decir que son grupos entrenados o expertos, con planificación y estrategia para tomar lo ajeno.
Muchas familias en Colombia acostumbran viajar de vacaciones, y se han encontrado con la sorpresa de la llamada de autoridades o vecinos para informarles que la seguridad de sus hogares ha sido violada. Y lo han perdido incluso todo, pues, como trasteo pleno, los delincuentes se llevan hasta la ropa de su residencia, ese es el caso de varias familias bogotanas y extranjeras, residentes en el país.
Los delincuentes no respetan que los dueños estén en casa. Simplemente entran y amordazan a los residentes, como le sucedió a la presentadora colombiana Milena López, quien tituló su dura experiencia como “Amarga Navidad”, ya que, en su propia casa, ella y su esposo fueron amarrados el 23 de diciembre en la noche, por hombres que estaban encapuchados y tenían cuchillos.
La inseguridad definitivamente se tomó el país de la cumbia. Hoy siento que Colombia es como El Salvador antiguo, donde hasta a los vendedores ambulantes estuvieron a merced de los delincuentes, pues les aplicaban “cuota diaria”, como quien dice los decentes trabajaban para los vagos.
En Colombia actualmente los venezolanos hasta les cobran a los colombianos para que puedan vender informalmente en ciertos lugares, o deben pagar por tomar ciertas rutas del Transmilenio, que ahora los migrantes del país vecino gobiernan.
Ni qué decir de la inseguridad en las calles colombianas, los delincuentes se han dado su festín de Navidad: atracando a mano armada, y hasta asesinando a diestra y siniestra.
Esa dura realidad la viven también los empresarios, los emprendedores, pues tal parece que son grupos muy organizados. “A veces una camioneta de lujo con más de cuatro hombres llega a los negocios, los dueños y empleados saben lo que significa, llegaron a cobrar la cuota”. Expresa un comerciante que tuvo la valentía de contar lo que están viviendo. Y agrega: “preguntan por la persona a cargo y entregan un papelito con una cantidad escrita. Desde ese momento forma uno parte de la lista de lugares que tiene que pagar derecho a trabajar, mire periodista, llevo 25 años en Colombia, como comerciante y mi padre toda su vida, y lo que se vivimos ahora, nunca lo viví, antes. Estamos en manos del crimen organizado, porque a veces pagas o fuego”.
El negarse puede traer diferentes consecuencias: homicidio, secuestro o quema del negocio. La escena es conocida para muchos empresarios no sólo en Colombia, lo vive México, Perú, Chile, Bolivia, Nicaragua, Ecuador, actualmente, en lo que alcancé a investigar, para este artículo.
Sólo El Salvador ha dado ejemplo de cómo es que se controla el desmadre, el caos, que produce la inseguridad. Bien dice Bukele, no hay paz, donde la justicia, está del lado del delincuente y no del pueblo que le aporta su esfuerzo a la sociedad, a su país.
En Latinoamérica la delincuencia está cada día más organizada. Y tal parece que, con los gobernantes de turno, no pasa nada