Por Lola Portela
Con enorme tristeza vimos el 8 de marzo del 2021 a cientos de mujeres destrozando negocios, causando incendios y rompiendo cuanto encontraron a su paso.
¿Locura? Creo que no.
Esas mujeres siguen, como borregos, a movimientos que alientan a la destrucción, incluso de ellas mismas, al pretender terminar con su propia esencia.
Ellas siguen “dioses de moda”, ideologías que les hace sentirse “aceptadas”.
Sí, es verdad, por años la mujer ha sido reprimida e “invisible”, pero también es cierto que la historia la escribieron los hombres, como también es verdad que siempre nuestra presencia ha estado a su lado.
En estos días recibí el regalo maravilloso de adelantar un estudio sobre “El liderazgo Femenino en la Biblia”, ofrecido por el Moriah International Center. Una forma antropológica de analizar cómo mi sexo femenino, ha sido exaltado, desde la creación misma.
La mujer siempre ha protagonizado la historia, incluso en la época egipcia o romana; mucho antes del siglo I. Y también en los tiempos de Jesús, pues siempre lo acompañaron mujeres. ¿Y por qué fue a una mujer a quien Jesús se le apareció y le habló primero? También fue a una de nosotras a quien Jesús le encargó recordarles a sus discípulos, los apóstoles, que Él prometió volver: resucitado.
Tal vez, las normas, tradiciones y leyes impuestas por hombres, machistas o enfermos, nos quitaron ese lugar privilegiado. Por eso creo que está bien reclamar nuestros derechos como humanas que somos, pero no será, no puede ser, desde la misma violencia que se gane esa “igualdad”.
Las mujeres y los hombres, por fortuna, somos diferentes y eso me enorgullece, cuando veo mi piel, mi cabello, mi ternura, mi personalidad y sobre todo mi maternidad. No desearía jamás ser hombre, los admiro, los amo y respeto, pero soy feliz siendo muy mujer. Tampoco me siento del sexo débil, por el contrario, soy muy fuerte, aunque me encanta ser mimada, cuidada y protegida por el sexo masculino.
La igualdad debe ser en lo laboral, en cuanto a salarios, trato, ocupación y hasta credibilidad, en el mundo de esos pocos machistas que aún quedan. Tampoco se trata de asumir roles de hombres, y convertirnos en ellos.
Está bien levantar la voz por las que ya no están. Por esas que alguien les violentó el derecho a no ser golpeadas, violadas, desaparecidas. ¡Claro que tenemos derecho! a reclamar por no ser objetos o esclavas sexuales y asesinadas, ¡es nuestra obligación!, pero nunca desde la misma violencia que rechazamos.
Nosotras, las mujeres verdaderas, las realmente feministas, defendemos el ser madres, porque sabemos del orgullo de poder dar vida y prolongar la sociedad, por eso no asesinamos, en nuestro vientre, a nuestros hijos. Le decimos ¡NO AL ABORTO!, sí a la vida. Por eso tampoco consumimos ninguna sustancia que atente contra nuestra integridad o nuestro magnífico y perfecto cuerpo, y no hablo de medidas exactas.
Sabemos que en la violencia de género tienen cabida las agresiones, acciones u omisiones contra la integridad de las personas, basadas en el orden patriarcal y en las relaciones de poder-dominación que resultan en daño o afectación psicológica, física, patrimonial, económico, sexual y hasta feminicidio. Y estamos en contra de éste.
El feminismo es, ha sido y será un movimiento cuyo fin es buscar la autonomía de la mujer, así como la igualdad de sus derechos ante los hombres, pero jamás se trata de reemplazarlos.
Dios hizo al hombre y a la mujer para ser complemento. No podría haber familias normales sin la existencia del hombre y la mujer. Aunque nos quieran mostrar lo contrario, desde la política misma.