Por: Elkin Raúl Coronell Cadena
Ha pasado más de la mitad de su vida en medio de monitores, consolas y computadores. No diferencia términos como fuera de lugar, carrileros o rabona, ni frecuenta el estadio, pero le encanta el fútbol. Como aficionado a este deporte que mueve millones de almas, es el mejor editor de televisión que he conocido. Es Mister H.
Este mote nació en Cartagena en pleno Concurso Nacional de la Belleza. Era urgente grabar con Jaime Garzón las presentaciones del noticiero en la piscina del Hotel Hilton, pero los permisos estaban cancelados. La nunca cuerda Adriana Villamarin, quien era la encargada de conseguir esa autorización, rompió en llanto cual protagonista de novela mexicana.
Por favor, ustedes no conocen el temperamento de Mister H, (Lo decía pronunciando la H en inglés, eich). Si llega y no tenemos todo listo para grabar rodarán cabezas.
El gerente del hotel no sabía qué hacer ante semejante dilema, comprendía que un mal comentario de un productor de televisión traído desde la Gran Manzana, le podía significar consecuencias terribles a la cadena hotelera.
En ese momento apareció la figura de un hombre medianamente alto, pelo largo y desordenado, ojos claros, gafas culo e´ botella y garbo al caminar.
– Llegó Mister H. – Dijo Yiya.
El gerente del hotel empezó a sudar a chorros, y de inmediato ordenó disponer de todo para la grabación. No podía quedar mal ante semejante figura traída desde New York.
La verdad es que se llama Humberto Huertas, es nacido en el barrio La Candelaria de Bogotá, hincha de Millonarios, más cachaco que la changua, y mi profesor de edición a quien tanto le debo.
El fútbol con Humberto
Alguna tarde de domingo saliendo de la emisión del noticiero, más desprogramados que Adán el día de la madre, decidimos con H ir a ver jugar al otrora Ballet Azul. Eran los tiempos en que el estadio Nemesio Camacho El Campín lo llenaban los hinchas azules en todos los juegos.
Dejamos el carro estacionado en Galerías y nos fuimos zigzagueando entre calles y carreras. Mientras más nos acercábamos al templo del fútbol, más vendedores encontrábamos, afiches, camisetas, banderas, bufandas, banderitas y banderotas. El estadio a su alrededor era un solo mar azul y desde ahí la emoción se sentía. Era un degradé de azules desde el cielo hasta el suelo.
Compramos boletas para occidental numerada con tan mala suerte que quedamos en medio de una barra del Once Caldas, el equipo visitante.
A los 15 minutos de empezado el compromiso, un pase en profundidad por la margen izquierda, Arnoldo Iguarán corrió como Hermes, el mensajero de los dioses, nadie lo iba a alcanzar. En “El Guajiro” no se cumplía el dicho de que quien mucho corre pronto para… Centro al área y cabezazo de “El Pájaro” Juárez. Gol de Millos.
Gritos de euforia y abrazos de celebración con H, mientras unos 80 ojos de hinchas del Caldas nos miraban con recelo, pero con respeto. Fútbol en paz, no pasó nada más allá de comentarios sarcásticos que eran tomados de buena forma.
La revancha llegó 20 minutos después. Penalti a favor de los manizaleños. Una lluvia de maíz pira y palitos de paletas nos cayó encima mientras las camisetas blancas bailaban frente a nosotros. Nos empezaron a cantar el gol 3 minutos antes.
Entre Humberto y yo existe un lenguaje silencioso, con mirarnos ya sabemos lo que vamos a hacer o cómo vamos a reaccionar.
El jugador del blanco blanco transformó el castigo en gol y las 40 almas manizalitas que nos rodeaban saltaron a celebrar. Nosotros no nos quedamos atrás, y nos empezamos a abrazar con toda la barra del equipo rival aplaudiendo también, hasta alcanzamos a repartir sendos besos en las mejillas de un par de mujeres hermosas que estaban cerca. Todos ovacionábamos y vitoreábamos mientras reíamos a carcajadas.
Los hinchas rivales se dieron cuenta de la clase de mamadores de gallo que éramos, el resto del partido fue una sola jodedera, terminamos el partido siendo casi amigos. A la salida brindamos con un Ron Caldas que sirvió para calmar el frío de la tarde casi noche, el marcador final fue lo de menos.
Testigos de un récord
El 03 de abril de 1991 decidimos desafiar la fría noche capitalina para ir a ver nuevamente al azul, el partido no era muy atractivo, Millonarios Vs Cúcuta Deportivo. Algo nos decía que esa iba a ser una noche especial.
El estadio no se llenó, solo unas 17 mil gargantas alentaban al equipo. Lo que sucedió en adelante fue algo memorable, solo los que estuvimos esa noche ahí sabemos que esos 90 minutos de buen futbol jamás se borraran de nuestras memorias.
Las hermosas porristas formaron una especie de calle de honor. Mientras caían cintas blancas y papel picado, en las tribunas se escuchaba el grito de batalla.
Abran paso que Millos va a salir, que Millos va a salir, que Millos va a salir… Abran paso que Millos va a ganar, Que Millos va a ganar, que Millos va a golear.
Los actos de protocolo se hicieron rápidamente y al final del himno de la capital el sonoro… Bogotá Bogotá Bogotá.
La pecosa rodó, y la magia como polvo de hadas comenzó a caer sobre la humanidad de Arnoldo “El Guajiro” Iguarán.
Arnoldo Iguarán, goleador histórico de la selección Colombia
Al minuto 28 del primer tiempo se cobra un tiro libre que se estrella violentamente en el horizontal del arco del Cúcuta. Arnoldo se adelanta a todos y de tremendo cabezazo, una de sus grandes virtudes, marca el primero de la noche. Gol de Millos.
Minuto 41, la menuda figura del lateral Hugo Galeano lanza un centro desde la izquierda y otra vez Arnoldo, aplicando el manual de Edson Arantes do Nascimiento “Pelé”, saca una fantástica volea y manda nuevamente el balón al fondo de la red… GOLAZO. La felicidad crecía.
Los jugadores se fueron al descanso mientras los vendedores de lechona y galguerías apuraban sus ventas. Hasta aguardiente ofrecían.
Comenzó el segundo tiempo y aunque la temperatura de la noche seguía bajando, en el horno de la 57, como se le conoce al estadio de Bogotá, no se sentía.
Comienza el segundo tiempo y en el minuto 54 Mario Alberto Vanemerack, El León de Liniers, manda un centro pasado, Óscar “ElPájaro” Juárez la baja y otra vez “El Guajiro” Iguarán marca de pierna derecha el tres a cero.
Al minuto 60 el estadio explotó de la felicidad. Un pase al vacío y en esa carrera que era inagotable e inalcanzable de “El Guajiro”, como el conejito de Duracell, manda el balón por encima del portero rival. Cuatro a cero.
Los vendedores empezaron a hacer su agosto vendiendo aguardiente, pasaban frecuentemente entre las filas diciendo.
Maní, caramelos, chitos, papitas. Y en voz baja… Aguardiente, aguardiente.
Los chorros de niquelado corrían por todas las tribunas, mientras el estadio se movía producto de los saltos de los miles de aficionados que no se cansaban de cantar brincando. Orgasmo futbolero.
Y llegó el minuto 78. Otra vez “El Pájaro” Juárez con un centro para Arnoldo y con un disparo a ras de piso selló una noche inolvidable.
A sus 34 años este hombre seguía con la misma capacidad física y explosiva de un muchachito de 20, el nacido en la calurosa Riohacha por allá en 1957, se convertía en el primer jugador colombiano en marcar cinco goles en un mismo encuentro… Repoker que llaman ahora los eruditos del fútbol.
La foto para el recuerdo
Ya embriagados de goles y fútbol decidimos rematar la noche en una licorera ubicada en la carrera 24 con calle 52. También estaba tapizada de banderas embajadoras.
En mi mochila de universitario cargaba siempre una cámara Canon, pues la goma por la fotografía me acompañaba a todo lado.
A eso de la media noche la licorera se fue quedando sola, de repente por la puerta de este estrecho lugar oloroso a cerveza, aparece la figura de la noche. El mismísimo Arnoldo Iguarán vestido de pies a cabeza con una sudadera azul y blanco. La algarabía fue total. “El Guajaro” no recibió ni una botella de agua, estaba esperando a que su esposa lo recogiera para irse a descansar.
Todos le pedían autógrafos y él sonriente los concedía… En el fondo Humberto y yo gritábamos desesperados mientras le mostrábamos la cámara fotográfica.
– Iguarán… Una foto… Una foto Iguarán.
Arnoldo se acercó a nosotros con toda la intención de posar, fue entonces cuando le pasamos la cámara al jugador, quien la tomó extrañado en sus manos mientras Humberto y yo sonreíamos con media en la mano… Nos tomó la foto.
Le agradecimos y le dimos un fuerte abrazo, el histórico goleador de la selección Colombia se fue sonriendo con en ese impecable uniforme que infundía respeto. La gente nos miraba como si fuéramos un par de locos… Y tal vez si lo éramos y lo seguimos siendo.
Por cierto, la fotografía se perdió en uno de los tantos trasteos durante mi vida universitaria en Bogotá.