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Columna: Pandemia, pobreza y corrupción

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Por: Lola Portela

Llevo varios días en silencio, sin comunicarme por este medio, pero no indiferente a la pandemia. Me tomé un tiempo para analizar qué hay detrás de este bicho.

En primer lugar, nos encontramos en medio de un tornado de información y, como en cualquier guerra, la prisa trae desinformación, y ésta produce duda y temor, pues es uno de los objetivos.

Al comenzar la pandemia pudimos ver que países del primer mundo construyeron enormes hospitales en tiempo récord, en otros los robot atienden pacientes, y con drones nocturnos fumigan las calles, pero las cifras de los positivos y muertos poco de real tienen, pues se contradicen, y esto genera incredulidad.

Mientras, en los países del tercer mundo, no hay robot, los drones son hombres que, mientras usted está en casa, fumigan cientos de cuadras de municipios y ciudades. Aquí también la corrupción le pasa cuenta a los menos culpables: los pobres.

En medio de esta pandemia se evidenció el estado real de la salud. Muchos hospitales no contaban con unidades de cuidados intensivos (UCI) suficientes y, para colmo, la bioseguridad de los médicos se puso en discusión, pues resulta que las ARP, encargas de la seguridad profesional, le tiraron el balón a los hospitales empleadores del personal.

Entonces también recordé el estado pésimo del Centro de Salud de Puerto Nariño y el vergonzoso estado del hospital de Leticia, la capital del pulmón del mundo y eje central del turismo ecológico de Colombia.

Así mismo, vinieron a mi memoria los paseos de la muerte que tantas vidas han cobrado en Colombia, pues los pacientes de recónditos lugares deben esperar días y semanas, por una lancha, un avión ambulancia, para ser trasladados al lugar donde serían finalmente hospitalizados, cuando ya su cuerpo había colapsado. Y entonces me pregunto ¿serán los mismos ladrones?.

Y es que la corrupción es un cáncer que desangra la economía y con ello la salud, la educación y todo lo que toca en Latino América y lo peor parece no parar.

Esta vez las víctimas visibles, llamadas ahora héroes, esos guerreros de primera línea, nos mostraron también su dura realidad: cientos de trabajadores de la salud llevaban meses sin recibir sueldo. Muchos trabajan por amor a ese juramento de salvar vidas, pero este bicho que no mira raza, dinero, ni estatus les ha dado también de baja. Y estoy segura que se debe a esa falta de bioseguridad, frente a ese compromiso de no darse por vencido ante un enemigo o virus desconocido.

A Colombia el bicho le llegó sin avisar, al igual que a muchos países. En nuestro caso la “casa estaba en el peor despelote y desordenada” Los hospitales no tenían cómo atender esta emergencia de tinte mundial, mal dotados, algunos hasta sin personal suficiente y muchos, saqueados por décadas. No contaban con respiradores, medicamentos y demás. La salud fue un gran negocio para muchos, pero el 70% por ciento de los hospitales en Colombia están sin liquidez y con deudas históricas de años. Algunos hasta intervenidos. ¡Dura realidad!.

Lo que más coraje da es descubrir que ese dinero, en muchos casos, quedó en el bolsillo de ex alcaldes y ex gobernadores, que purgan culpas con una miserable detención domiciliaria. Claro sin contar concejales, diputados y algunos gerentes que hasta se atreven a pedir CVY (cómo voy yo) aún cuando les ofrecen donaciones. No son otra cosa que ladrones de cuello blanco que deberían afrontar hoy, con el embargo de sus bienes, este desmadre en la salud, pero claro la ley contempla “vencimiento de términos” y aunque nos duela: los ampara y siguen en sus casas disfrutando de su botín.

Por su lado, Planeación Nacional tampoco estaba lista, hacen un gran esfuerzo. Sin embargo, en las bases del Estado están los que no son y faltan muchos de los que sí necesitan. Muchos de esos que no aparecen en listas mueren de hambre y otros salen a recibir el balazo final del bicho, en las calles.

Así llegamos a esta guerra científica, colmada de mentiras, y cuyo objetivo militar parecen ser los más pobres.

Solidaridad social colectiva es lo que necesitan activar los políticos y gobernantes de turno. Dejar el ego, ese protagonismo sin sentido y dedicarse a visitar, ellos mismos, hospitales, barrios y casas. Untarse de ese pueblo que los eligió y hoy agoniza no por el CORONAVIRUS, sino de miseria.

Defenderse de una guerra no da el tiempo para peleas y debates. Los verdaderos líderes gobernantes exitosos han comprendido que esta batalla no da para mostrarse, mucho menos para ir al supermercado, como si fuera un momento normal, y culpar al gato (Fiscalía y presidente Duque), para excusar el error, como sucedió en días pasados con la alcaldesa de Bogotá Claudia López, quien descaradamente también señaló al gobierno nacional, por su falta de operatividad, cuando en realidad es ella y su equipo la responsable por las demoras en hacer llegar las ayudas hasta los más necesitados de Bogotá. Hoy todavía muchos protestan pidiendo los auxilios y si nos descuidamos también se los roban.

Mis colegas periodistas, aunque estamos en aislamiento; muchos en casa, debemos recordar que aunque el exceso de información no nos permita concentrarnos en la verificación de los hechos, es nuestro deber buscar la verdad, confrontarla y decirla. Tengamos presente que hay muchos interesados en no revelar esa verdad y éstos se centrarán en la descalificación de quienes la reproducen.

Por eso, no se trata de tragar entero, debemos investigar, escuchar, analizar y confrontar toda información. Ese debe ser nuestro principal aporte, como periodistas, durante esta guerra con pandemia, creo que la historia dará cuenta de lo que hagamos bien o mal.

Y es que debemos tener presente que en una guerra no todo “lo oficial” es cierto. Como lo demuestra el momento histórico que vivimos: científicos y periodistas se han convertido en blanco de quienes, por intereses o creencias, defienden ideas o prácticas basadas en mentiras.

Debo decir entonces que el gran reto es concentrarnos en trabajar fuerte porque los países pobres, como lo son: Colombia, Ecuador, Venezuela, El Salvador, Nicaragua, por nombrar algunos, no se conviertan en una gran fosa común.

Recordemos ser la voz de quienes no la tienen. No solo mata el bicho, mata el hambre, por la demora en llegar las ayudas, mata el estrés por no tener recursos, matan la quiebras de cientos de micro empresarios a quienes los bancos les han negado los créditos. Mueren los enfermos crónicos, los terminales que también requieren continuar con sus servicios médicos y se los niegan, por estar las clínicas en modo CORONAVIRUS.

El macabro plan de reducir la humanidad, con ese bicho oculto o sin él, tiene a muchos en el blanco.

Con enorme rabia debo decir que por vivir en uno de los país pobres: ¡me siento impotente! Y solo acudo a llenarme de fe.