Por: Elkin Raúl Coronell Cadena
La tarea era sencilla. Enviar las notas previas al partido Colombia Vs Paraguay por microondas desde Telecom y llegar a la esquina del vetusto coliseo Elias Chegwin de Barranquilla, lugar escogido por el presentador de deportes del noticiero. Algo normal y rutinario en el mundo de la televisión, pensé ¿Qué podría salir mal?
Con tiempo de sobra llegué a Telecom para rodar en el primer turno, pero la casetera falló, 15 minutos después llegó el corresponsal del noticiero enfrentado y pudo rodar normal, por esa camaradería que existe entre el cuerpo técnico de quienes trabajamos en televisión me prestaron la casetera de ellos y pude enviar el material a Bogotá.
Ya había perdido más de media hora y el tiempo que antes sobraba ahora era justo.
Salí corriendo a tomar un taxi, en “La Arenosa” por esos días se respiraba un aire de carnaval, de optimismo, todos querían cogerla suave.
Le saqué la mano al primero que pasó, se detuvo, y yo con voz afanada le dije.
– Rápido por favor lléveme a la esquina del Elias Chegwin.
El hombre con cachucha del Junior en forma de tiburón me miró de arriba abajo y me dijo.
– Errrda, otro cachaco afana´o… no hombe vete en el de atrás. Y se fue en su taxi a paso de tortuga chueca dejándome tirado.
Paré otros dos taxis y los conductores me dieron respuestas similares. Entonces recapacité, cambié mi tono afanado e intenté poner un acento chambaculero, y al siguiente taxista que paró le dije.
– Ajá mi hermano, llévame al Elias Chegwin. El hombre con amabilidad me dijo.
– Claaaro brotherrr. Y partimos mientras manejaba y cantaba desafinado la canción del Joe Arroyo, En Barranquilla me quedo.
Al llegar al Elias Chegwin me esperaba Mario Castillo, camarógrafo de los buenos a quien de cariño le decía, y le sigo diciendo “Master”, sabía que me iba a putear por la demora y así fue. En medio de los reclamos intenté explicarle lo sucedido mientras conectaba la casetera a la cámara. El sol del mediodía hacía más difícil el trabajo, faltaba la respiración, pero pensé que lo peor había pasado. Estaba equivocado.
Los encargados de la microonda nos informaron que la planta de energía estaba fallando y no había como hacer el directo. Necesitábamos energía eléctrica como fuera.
Álvaro García, subdirector del noticiero y sin duda uno de los mejores cronistas de Colombia, quien estaba al mando del equipo me miró y dijo.
– Ovejo, así me decían, vaya consiga de donde conectarnos.
El sitio que vi como el indicado estaba en la otra esquina, un almacén Ley. Atravesé la calle y logré hablar con el gerente, le expliqué la situación y amablemente me dejó conectar. Ahora el problema era buscar la forma que no le pasara nada al cable pues si lo dejábamos por el piso los carros que iban y venían circulando por la avenida 72 lo iban a trozar.
Justo en ese momento, paró un bus de servicio público pues el semáforo cambió a rojo y Álvaro tuvo una idea macondiana, por llamarla de alguna manera. Subió al bus y le dijo al conductor:
– Viejo, necesitamos que deje el bus quieto unos 45 minutos mientras hacemos un directo para el noticiero.
– ¿Qué te pasa cachaco, no te das cuenta que voy en ruta?
– Le doy cuarenta mil pesos, le respondió Álvaro
El conductor lo miró con cara de asombro y les gritó a los pasajeros viéndolos por el espejo retrovisor mientras recibía el pago.
– Se bajan todos, hasta aquí llegó la ruta.
Para esa época el salario mínimo era de unos 100 mil pesos.
la andanada de improperios contra el conductor no se hizo esperar por parte de los pasajeros.
– No joda cabeza e´ ñame, mandas huevo. dijo un hombre que parecía luchador de Sumo.
– ¿Qué te pasa care mondá? ya mismo me devuelves lo del pasaje, gritó más fuerte un muchacho con pinta de universitario.
Mientras todos alegaban, del otro de la calle se bajó de un Mercedes Benz blanco el presentador de deportes. fue entonces cuando uno de los pasajeros grito más duro que todos.
– Errrdaaa…! es El Champion, es El Champion.
Por las ventanas comprobaron que era verdad, había llegado Edgar Perea, “El Campeón”. Los insultos dieron paso a una hilaridad colectiva y en cuestión de segundos la esquina que solo era ocupada por las cinco personas encargadas de hacer la transmisión, se vio atiborrada no solo por los pasajeros del bus sino también de los transeúntes que querían estar cerca al champion.
Edgar Perea (Q.E.P.D) tenía una energía especial y más en Barranquilla, donde era una celebridad apreciada por ricos y pobres. Esa energía casi mágica y su voz, hacían vibrar El Metropolitano cada vez que jugaba la selección Colombia o su Junior del alma, era como si el estadio “Roberto Meléndez” tuviera vida propia.
Mientras tanto el cable ya había sido tendido y el ayudante del bus, trepado en el techo del mismo, sostenía con sus manos los extremos de los cables para que no se desconectaran.
Álvaro informó la continuidad y en qué momento Felix de Bedout daría paso desde Bogotá. Detrás de Edgar había un maremágnum de gente que se empujaba para tener el mejor lugar y aparecer en televisión al lado de su ídolo.
Un minuto antes de salir al aire flaquearon las fuerzas del ayudante del bus, quien sudaba a chorros, y dejó desconectar los cables que sostenía, se cayó la transmisión. La muchedumbre se dio cuenta que el responsable de no poder salir en televisión era el pobre muchacho que recibió por parte de los chismosos una tonelada de insultos. Respiro, tomó fuerzas y conectó los cables, ya podíamos comenzar.
Y así Edgar fue presentando una nota tras otra, el gentío se sentía como en una película, en medio de ellos logré ver un par de niños de unos 11 o 12 años, con una cara de picardía difícil de describir, algo planeaban, pero no puse atención, tenía que estar atento a mi trabajo.
10 minutos después “El Campeón” recibió la indicación de despedir la transmisión. Comenzó el conteo regresivo. Diez segundos… cinco, cuatro, tres..
– Y así llegamos al final de la vibración deportiva, mañana estaremos transmitiendo el partido Colombia – Paraguay desde el estadio Metropolitano… Sigan siendo felices, Edgar les dice.
Al terminar su frase habitual una de los pequeños le cogió la nalga al campeón, quien solo atino a voltearse para ver quien se había atrevido a tanto, pero en ese mismo instante la multitud se abalanzó a la cámara que los enfocaba para buscar sus cinco segundos de fama. Madrazos, gritos de Colombia, Colombia, Colombia, por poco tumban la cámara.
Al ver que ya no se estaba trasmitiendo la gente se dispersó, los pasajeros al bus, el conductor a su labor, nosotros a recoger el reguero mientras el champion nos decía.
– No joda, me tarrearon, me agarraron el culo y no supe quien fue.
Todos sonreíamos, habíamos sorteado con mucho sufrimiento e ingenio una transmisión que era de lo más normal. Entonces recordé lo que me dije ese día en la mañana en el hotel antes de salir a trabajar. ¿Qué podría salir mal?
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