La espera se torna larga. Mientras unos lloran en silencio, otros retirados en sus dormitorios o en algún rincón. Otros, hasta ahora, tal vez, ni sabíamos detalles del lugar donde habitamos, ni realmente conocíamos a las personas con quienes hemos compartido la vida, los hijos, hermanos, padres o amigos. Es qué tal vez ni nos conocíamos así mismos.
En medido de esta espera otros oran. Los más expertos, o que se dicen amigos de Dios, claman al Dios creador del cielo y la tierra. Y yo, además de lo anterior, como otros tantos, logramos comprender que en definitiva el mundo entero será testigo de un gran cambio.
Creo que la humanidad resurgirá de sus cenizas, como lo hizo el Ave Fénix. Así renacerán los sobrevivientes, pienso. Y hoy lo escribo, porque no sé si estaré para entonces. No es pesimismo. ¿Acaso quién sabe lo que viene?.
Tengo fe en que a medida que los días pasan, y la cuarentena avanza, la sensibilidad aflora. Y veo cómo el yo, le dice al ego de todos nosotros ¡basta! Tal vez cada muerto que nos duele, así no lleve nuestra sangre, nos acerca de alguna manera la vida.
Por eso, sé que los no creyentes, creerán y orarán. Los injustos, se volverán justos. Los que aman la libertad, y la han disfrutado siendo grandes, no anhelan la calle, esos siempre han sido y serán libres.
Los que no dieron el abrazo, hoy lo añoran. Los de muchas mujeres o muchos hombres anhelan un ser sincero, pero ahora allí a su lado.
De la boca o pluma de los enamorados salen palabras y hasta poemas de amor y otros las lanzan al viento, con la esperanza que el ser amado intérprete o sienta su infinito amor.
Yo recuerdo que Moises le dijo a Faraón “deja que se vaya mi pueblo”.
Hoy no tenemos ese faraón, a quién reclamarle, ni un Moisés que nos defienda.
Sin embargo, está el que siempre ha sido y será. El que nos redimió del pecado, allí en esa Cruz. El que resucitó para decirnos que no estábamos solos. Y con ello venció la muerte y le ganó la apuesta al mismo diablo.
Su dolor, cada gota de sangre, es el mayor refugio. No hay líder espiritual que lo iguale. Es hora de ir directo al jefe, sin pedirle permiso a sus asistentes, a sus servidores, pasando sus guardianes, sin pedir penitencias humanas, pues lo necesitamos a Él, el mundo requiere su abrazo, su consuelo.
Es el momento de humillarnos, de darle la cara a Él y decirle: perdón me equivoqué. Perdón te negué, perdón dañé, perdón lastimé, perdón maté; perdón y perdón, cada quien sabe qué error cometió.
Y Él también nos vio equivocarnos, pero siempre espera que del corazón y, a través, de nuestra boca salga el arrepentimiento. Así mismo el mundo lo espera. Eso nos sanará.
Y es que debemos comprender que sólo así celebraremos con el pan sin levadura, ese que representa la pureza y la verdad, que el mundo pide y el Creador requiere.
Iniciemos juntos esa señal simbólica para el renacimiento, la Resurrección de una realidad oscura hacia un camino de luz.
Llega el tiempo pascual (50 días) después de la Semana Santa, y se inicia hoy, tiempo para orar y meditar. Veremos el nuevo Camino. Así muchos ya no estén o no estemos en este planeta.
Comprendan, la espera tiene un sentido. Mi vida está en tus manos y la tuya en las mías: ¡quédate en casa! Por favor, para volver a vernos, escribirnos y leernos.