Dicen que el miedo teme al valiente. Por esta razón, no debemos temer, porque hemos sido tallados en esa fortaleza.
A pesar de eso noté la desesperanza de algunos, al ver que el presidente de Colombia aumentó en 14 días la cuarentena.
Sé que no es fácil, el dinero es escaso, los mercados también; algunos teníamos planes. En lo personal trabajos importantes, pero presenciales, y donde estoy ahora ni cuento con wifi. Sin embargo, conforme medito, entiendo lo simple de la vida con Dios.
En situaciones adversas no requerimos de un montón de comida, para sobrevivir. Yo doy gracias a quienes han cuidado de mí (familiares, colegas y amigos) Con el tiempo, aprendí que es más importante lo que le metemos a la mente, al corazón que aquello que tomas con las manos o llevas al estómago.
El domingo quise estar sola; en silencio total. Tratando de escucharme, pidiendo a Dios que me hablara. No se comunicó como tal vez esperamos todos. Su mensaje fue esta inmensa paz y esperanza que tengo y que espero ustedes también la experimenten.
Les confieso volví a llorar ese día.
Y es que solo en el silencio se escucha la voz del inocente.
El ruido no permite la concentración y conexión con el universo espiritual.
Hemos estado tan intensamente ocupados y colmados de ruido que no percibimos el dolor de los cientos de padres que perdieron a sus pequeños hijos, para ser usados por la trata de blancos, la comercialización de la prostitución infantil o la pedofilia.
Estábamos tan ocupados que no vimos, o ignoramos a propósito, los moretones, las almas heridas de muerte. No escuchamos los gritos en sus miradas de las cientos de mujeres maltratadas por maridos frustrados y fracasados. Tal vez, sumidos en el alcohol, la droga o la silenciosa promiscuidad.
No identificamos o quizás ignoramos a esos seres que no aguantaron el encierro y le dieron a esas 12 mujeres con toda la fuerza de su rabia contenida hasta acabar con la vida de ellas. Hoy los diarios titulan: “aumentó el maltrato familiar” No aumentó, ese existía y existe. Solo se evidenció, ya que nadie lo ha querido ver. Y sus víctimas hombres y mujeres ya ni cuentan lo que sucede a puerta cerrada. Estamos frente a una sociedad enferma y ni la sociedad, ni el gobierno lo han querido ver, para implementar mecanismos de real sanidad.
No en vano Colombia vivió más de 6 décadas de violencia y muchas heridas aún no cicatrizan. Todavía sangran corazones y almas.
Sentada aquí, muestras respiro el olor verde de la hierba mala recién cortada por la guadaña. Pienso y les escribo. Tal vez, fuimos hasta cómplices, al guardar silencio, frente a los cientos de abortos. Quizás algunos lo hicieron apoyando la promiscuidad, aún en su propia casa. Millones de inocentes bebes gritaron silenciosamente, mientras los practicantes de abortos pensaban en cuánto dinero les representaba, esas células madre.
La práctica del aborto es un gran negocio, y cada mujer ignorante que se lo practica es una idiota útil de semejantes fortunas.
El aborto “lo recomiendan” en caso de violación o peligro de la vida de ambos o deformación del hijo. Panorama que se me presentó hace 20 años. Y asumí no entregar mi hijo a los buitres de las células madre. Y luego sanar, sanar tanto dolor junto.
Esa criatura y mi hijo mayor me dieron la humildad de rogar a Dios por la sanidad de un cáncer con metástasis. Y luego la berraquera para salir adelante.
Sí, mujeres aprendan de una vez por todas que el cuerpo no es suyo. Hombres la vida en plenitud lo dio Dios. Y daremos cuenta todos de lo que hacemos con él.
En medio de este caos, he hablado con empresarios grandes, pequeños y chicos. Unos temen perder todo. Otros lo están poniendo todo. Estos últimos, entendieron que esto se trata de la vida. No del dinero.
Muchos proponen no escuchar más noticias sobre el CORONAVIRUS. Dicen: ¡estamos saturados! Y entonces creo que desean seguir en su vida cómoda, en medio de la indiferencia de lo que ocurre afuera. Luego me digo: es que esto duele tanto que no hay templanza ni resistencia para quienes estaban en una burbuja.
Cualquiera sea la situación, no podemos quedarnos en cómoda indiferencia, en el desamor. Esto también pasará cuentas.
Esta guerra no es de mis valientes guerreros familiares y amigos médicos, no es del gobierno. Esta batalla contra el bicho es de todos, compréndanlo de una vez.
Al terminar la guerra, creo que solo quedarán personas revestidas de solidaridad, desde el amor y resentidos con ganas de joder aún más el entorno.
De usted, solo de usted y de mí depende a cuál bando deseamos pertenecer, pero les juro: los buenos serán más y en ese nuevo universo no cabe la mezquindad y el rebelde sin causa, pues sin duda, después de esto y de lo que falta por reconocer y ver: aprenderemos.
El nuevo mundo estará colmado de personas grandes, reinventadas; llenas de fe y esperanza. Dispuestas, si es necesario, a volver a empezar.