Desde que inició esta “aventura pandémica”, me he hecho muchas preguntas.
Seguramente ustedes también. El tráfico, las empresas, los colegios, las universidades se detuvieron. Incluso hasta el reloj: hoy los días, como cuando éramos pequeños, son más largos. Las caminatas que solíamos hacer al aire libre, ahora son para unos en una enorme casa, para otros en una casa normal y hay quienes solo tienen un cuarto.
Hemos tenido el tiempo y espacio de pensar, meditar, orar y de, en la distancia, estrechar, con palabras, aún más a nuestros seres amados. Hoy los invito a buscar en el celular, a esos amigos o conocidos que se convirtieron solo en un contacto. Tal vez tu llamada, tu mensaje sea su única compañía.
Esta mañana sentí que debía saludar a un amigo y colega del Ecuador, y su narración me desgarró el alma. Allí, en Guayaquil, el bicho se tomó el trono con todo y su corona. El CORONAVIRUS se tomó Guayaquil y unido a la falta de acciones e indolencia de las autoridades está cobrando cientos de muertos.
La comunicación estaba pésima, entonces recurrimos a grabar audios. La narración de este periodista parecía la de una película, de esas de terror, que no me gustan. Le pedí permiso para divulgar con ustedes y algunos colegas del mundo lo que está viviendo y me dijo: “en las calles los muertos están tirados en bolsas.
La gente muere en las calles, esos quedan allí y a otros, los arrendatarios y familiares, tal vez, por temor a contagiar a los más chicos, los sacan y los dejan allí, como basura. Yo ya creo que tengo los síntomas, pero recibí un video de un colega y no se puede ir a los hospitales”. Hizo una pausa y lloró, respiró y continuó: “los muertos están en los patios de los hospitales, arrumados en los baños. Y me contaron que como no hay respiradores, ni casi médicos, solo ponen al paciente en un cuarto con agua, y allí mueren solos”.
También tuve que parar y tomar aliento. Le pregunté ¿qué medidas ha tomado el gobierno? me dijo: “el presidente está protegido en la Isla Galápagos, aunque los medios digan que está aquí en Guayaquil, no es cierto. Cobran por cremar los muertos 1200 dólares y pues todo está parado, la gente no tiene dinero y por eso sacan los muertos, pues no dejan enterrarlos, hay que cremarlos. Y la alcaldesa tampoco aparece para que autorice la cremación sin costo”.
Volví a parar el audio y les confieso tuve que llorar y orar, por ese amigo, por ese indolente gobierno y pedirle a Dios que nos dé fortaleza. Lo llené de palabras de aliento, me prometí no dejarlo solo.
Al colgar, traté de concentrarme en hacer las llamadas pendientes para tocar puertas y hacerle llegar alimento a los 52 abuelitos por los que mis compañeros de la Fundación Verdad, Camino y Vida en Colombia y Amor Sin Fronteras, en Estados Unidos, y yo hemos resulto luchar en medio de esta pandemia mundial que se roba mil vidas.
No sé cuál sea la solución a tanto dolor, pero alguien me decía: “tengo claro que, por si acaso quedo coronado, debo devolver la película de mi vida y pedir perdón a Dios, y si es posible a quien lastimé”. Yo le respondí: arrepentirnos de nuestros pecados y pedir perdón alivia, nos hace libres. Ir al lugar secreto, y humillarnos ante Él, clamarle por misericordia, porque, como nos dijo Jesús: “quien esté libre de pecado que tire la primera piedra”. Todos tenemos deudas con el cielo. Y esas, no tienen intereses, pero son de cobro directo, así sea a mediano, corto o largo plazo.
Tampoco sé con certeza si es que Dios está enojado con la humanidad, pero en verdad el hombre ha hecho y destruido tanto; estamos tan llenos de lo incorrecto. Ofendemos y nos justificamos en que es culpa del otro. Cuando la enseñanza primera fue: ama a tu prójimo, como a ti mismo.
Dudé es escribir estas líneas, pero luego recordé que no en vano me hice periodista. Y que aunque estemos con lágrimas en los ojos y el corazón arrugado debemos dejar testimonio para los que queden vivos y los que vengan después, no soy pesimista, pero no conozco el futuro que nos espera.